MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • El nuevo mundo multipolar no asiste a otra Guerra Fría, sino a la tensión entre una alianza de autocracias opuestas a Occidente y las democracias

Se repite estos días que vuelve la Guerra Fría a cuenta de las tensiones generadas por Rusia en Ucrania. Es un diagnóstico inexacto. Hay una regresión, pero al estadio que hubo durante siglos, cuando las relaciones internacionales estaban condicionadas por disensiones entre varias grandes potencias, sin una cobertura ideológica.

El cambio no resulta tranquilizador. La Guerra Fría proyecta una imagen tenebrosa, pero la dinámica histórica anterior no era mejor, porque multiplicaba las tensiones y facilitaba que escapasen al control de los estrategas. La Guerra Fría no llevó a ningún enfrentamiento global -aunque propició décadas de tensiones y algunas guerras locales-, pero el sistema basado en las relaciones agresivas entre grandes potencias condujo a varias contiendas a gran escala y a dos guerras mundiales.

La Guerra Fría fue un enfrentamiento global entre dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, y los bloques que generaron. La rivalidad enfrentaba dos modelos socioeconómicos, el del capitalismo liberal y la alternativa comunista. Afectó a todo el mundo y las superpotencias compitieron para ampliar sus áreas de influencia, pero rehuyeron el enfrentamiento directo por el temor a la mutua destrucción nuclear. El antagonismo era ideológico y estaba en juego la hegemonía global o la primacía en grandes áreas continentales.

No son el tipo de tensiones que se producen actualmente. Hoy no hay dos grandes bloques con formulaciones ideológicas alternativas. Todo va más a ras de suelo, con la complejidad que generan los distintos intereses. Cuando despareció la URSS se supuso que entrábamos en un nuevo orden mundial en el que se reducirían las tensiones. Las nuevas relaciones internacionales se basarían en el diálogo y la búsqueda de acuerdos, con la intervención de la única superpotencia, EE UU, para sofocar los conflictos, que serían locales. No ha sucedido así. China liberalizó la economía, pero siguió gobernada por un monolítico Partido Comunista. Rusia y casi todos los Estados que habían formado la URSS -salvo las repúblicas bálticas- se convirtieron en autocracias, con regímenes autoritarios. El crecimiento afianzó a China y Rusia se recuperó económicamente tras el marasmo de los años 90.

El nuevo modelo internacional se basa en la confrontación entre grandes potencias, que no forman bloques definidos por alternativas ideológicas, sino que actúan en función de sus intereses concretos. Se parece al modelo histórico en el que la clave era la relación entre grandes potencias, con la diferencia de que en tiempos eran todas europeas -Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Rusia- y ahora ha dejado de contar la Europa occidental, salvo por su alineamiento con EE UU.

No contradice lo anterior la hegemonía norteamericana, cuya capacidad militar es muy superior a la del resto: su gasto militar, aproximadamente la mitad del PIB español, es superior al que juntos reúnen los siguientes once países. La segunda potencia sería hoy China, pero su presupuesto militar es un tercio del estadounidense. El de Rusia es el 8%. Con este desequilibrio, resulta impensable la búsqueda de un enfrentamiento directo.

Sin embargo, ha surgido un mundo multipolar, en el que Washington tiene dificultades para definir sus intereses, con multiplicación de focos de tensión y en el que las nuevas grandes potencias se plantean objetivos regionales. China busca reducir la influencia norteamericana en el Pacífico. Rusia, reconstruir su sistema de seguridad restableciendo algo parecido a la Unión Soviética e impidiendo el avance militar de Occidente hacia sus fronteras: esto es, el objetivo tradicional del imperio ruso, que mantuvo la URSS.

No hay bloques delimitados, si bien se está produciendo la alianza de autocracias contra democracias. Las primeras no tienen sintonía ideológica, pero sí comparten su oposición a Occidente. Ahora se realizan maniobras conjuntas de China, Irán y Rusia: un país comunista, otro salido de una revolución fundamentalista y el tercero con un capitalismo agresivo. Comparten el autoritarismo. Pero en el nuevo mundo multipolar las alianzas pueden ser cambiantes. India, un país democrático, forma parte de la Organización de Cooperación de Shanghái, formada por autocracias (los países asiáticos salidos de la URSS, Rusia, China e Irán), que se entiende como la oposición a la OTAN. Ucrania, aliada de Occidente en esta crisis, no es una democracia, sino que presenta un sistema híbrido. Se imponen los intereses nacionales y las alianzas pueden ser cambiantes.

Sucede, además, que están por definir las reglas del juego de un sistema que combina la agresividad regional de las grandes potencias y una superpotencia con una gran superioridad militar.