Todos los votos serán útiles

ABC 17/12/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Cada escaño va a jugarse a muy pocas papeletas. Nada está resuelto de antemano. No existen pactos secretos

LAS elecciones del domingo van a ser las más reñidas, abiertas, imprevisibles, complejas y sucias de la democracia (exceptuando las primeras que ganó Zapatero), a juzgar por la campaña que las está precediendo. Nunca cuatro partidos nacionales se habían disputado el protagonismo en el escenario con posibilidades reales si no de ganar, al menos de condicionar de manera determinante la formación del gobierno que emane de las urnas. Nunca habían registrado las encuestas tantas oscilaciones y diferencias entre sí, amén de tanta «cocina» a beneficio de parte. Nunca (salvo los días 11, 12 y 13 de marzo de 2004) habíamos visto disparar armas de calibre tan grueso, incluyendo en el punto de mira a mensajeros y pianistas.

Hasta ahora un único eje vertical dividía nuestro mapa político acotando los territorios del PP y el PSOE a derecha e izquierda, con algunos grupúsculos radicales en los extremos y un espacio común oscilante entre los grandes. En la última legislatura las cosas se han dado la vuelta, no sólo por la aparición de nuevas fuerzas, sino por la multiplicación de ejes. Lo cual convierte estos comicios en una experiencia inédita.

Para empezar, la irrupción de las candidaturas naranja y morada ha descolocado el eje en sí, este eje ideológico, toda vez que las formaciones de Rivera e Iglesias han resituado a las otras en la foto. El PP aparece así escorado a la derecha, el PSOE se centra, a pesar de su candidato, por más que el líder de Podemos se disfrace de cordero intentando aparentar unas convicciones democráticas que está muy lejos de profesar, y Ciudadanos acapara el centro, lo que obliga a sus rivales a «empujarlo» dialécticamente en sus discursos, atribuyéndole el papel de muleta segura de Rajoy o pieza clave de un hipotético tripartito de perdedores, dependiendo de quién hable. Nunca un candidato «menor» había recibido tantas atenciones.

Pero es que a la dicotomía tradicional izquierda-derecha se han sumado otras no menos importantes: nuevo-viejo; bipartidista-emergente; limpio-tiznado de corrupción; experto-bisoño; democrático-totalitario… Criterios ajenos a los parámetros clásicos, que miden intangibles diferentes. Así, en las urnas del 20-D no se ventilará únicamente un determinado modelo de gestión más o menos intervencionista y tampoco una cierta idea de España como Nación o nación de naciones, sino que se someterá a escrutinio una concepción de la política en sí. El electorado juzgará si el pragmatismo ha de prevalecer sobre los principios o son estos los que han de condicionar la acción de gobierno. Sentenciará el coste de los abusos perpetrados durante décadas, midiendo el daño causado por los mismos al sistema. Resolverá qué porcentaje de la sociedad española es esencialmente conservador, en el sentido literal del término, y cuál se arriesga a cambiar. Pondrá a prueba la atracción fatal del «mal menor» frente al impulso seductor del «bien mayor» y la tentación del suicidio.

Esas son las opciones que quitan el sueño a los indecisos. Cuestiones de conciencia, profundas, de graves consecuencias, que implican emociones poderosas como el miedo, la ilusión o la esperanza. Dilemas que mantienen en suspenso millones de sufragios a día de hoy, cuando faltan setenta y dos horas para la apertura de los colegios, lo que explica la incapacidad de los sondeos para adelantar un resultado fiable. Y es que cada papeleta introducida en la urna el domingo va a ser útil; incluso las que apoyen opciones testimoniales. Cada escaño va a jugarse a muy pocos votos. Nada está resuelto de antemano. No existen pactos secretos.