JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO
- Ciertos paralelismos minimizan la gravedad de la dictadura religiosa radical
Andan circulando por las redes al calor de las noticias dramáticas que llegan de Afganistán mensajes que se dedican a equiparar el maltrato animal o la violencia contra las mujeres en España con el fanatismo criminal del movimiento fundamentalista islámico denominado talibán. El último wasap que he recibido de una amiga que milita en Unidas Podemos muestra la imagen de un chimpancé y titula: «Todos somos talibanes con los animales». No he visto una banalización más irresponsable de lo que representa la crueldad medieval que ejercen los talibanes contra su pueblo y en especial contra las mujeres. Porque si de una manera insensata se culpa a todo el mundo de maltratar a los animales, de otro se equipara a las mujeres con los animales y en el ‘summum’ del desvarío animalista igualan a «nuestros hermanos de otra especies» con el ser humano. Estableciendo este tipo de paralelismos se minimiza la gravedad de la dictadura religiosa radical de los que realizan ejecuciones públicas por vulnerar la ‘sharía’. Organizan lapidaciones a mujeres adúlteras. Les prohíben el acceso a la educación, a la política, a la autonomía personal . Y las confinan en su casa o dentro del burka.
Según nuestros propios fundamentalistas del animalismo esto equivaldría a tener a las aves encerradas en granjas, a las peleas de gallos, a los zoológicos, los acuarios, los circos o, cómo no, las corridas de toros. Claro que en la lógica de los que hablan de «nuestros hermanos de otras especies» todo tiene cabida porque estas almas cándidas parten de que un ser humano no es ni superior ni más inteligente que un hongo, un macaco o un delfín. Cada día se pueden ver más documentales de la naturaleza en los que se trata de demostrar que una orca, por ejemplo, tiene conciencia de sí misma porque se ve en un espejo y empieza a hacer gestos y muecas. La conciencia de ser, de existir, de sí mismo, es precisamente la gran singularidad del ser humano.
Siempre me ha repugnado la expresión ‘feminazi’ por lo que supone de banalización del nazismo, de hipérbole radical y de injusta equiparación del fundamentalismo feminista con las prácticas salvajes que desembocaron en el Holocausto. Pero esta y otras expresiones como fascistas, machistas criminales, odiadores de mujeres, están cada vez más presentes en el lenguaje corriente y sobre todo en las redes sociales. Porque el caldo de cultivo está ahí y parece que a los interesados en la polarización social les viene bien. Sin ir más lejos, los cerebros de Adelante Andalucía se apuntaron al disparate equiparando la situación de las mujeres en España con la que viven en Afganistán. «El odio a las mujeres es universal», sentencian. Así que todos talibanes, menos nosotros.