Tonia Etxarri-El Correo
La oposición está siendo más leal a Sánchez que sus propios socios, pero no se le puede pedir que apoye las medidas del Gobierno con mordaza
Sigue avanzando el coronavirus mientras devasta la salud pública y amenaza con arrasar la economía de nuestro país. Con una Europa dividida en dos bloques, instigada por los Estados más sanos e insolidarios, Pedro Sánchez ha dado su enésimo giro. Decretando el cierre total de la actividad no esencial de España. En Europa no se fían de nuestra política económica actual. Dicen que llevamos un largo tiempo de derroche. No está el Gobierno, pues, en la mejor situación para pedir ayuda a la UE. Por eso Sánchez ha utilizado su penúltimo cartucho. Para reducir aún más la movilidad. Y para que nos tomen en serio. Porque la sensación de que la crisis sanitaria sigue sin estar bajo control está ya tan extendida como la pandemia.
Se adoptan medidas con falta de transparencia que solo revelan la ausencia de liderazgo de un Gobierno arrastrado por la improvisación. La drástica medida de Sánchez, que no fue consultada con los sectores afectados, ha gustado a la Generalitat y a los sindicatos poniendo en estado de alarma económica a los empresarios. Porque la paralización total de la economía (con 40 excepciones) dejará este país en números rojos. Y ha contrariado al PNV, en contenido y forma. El lehendakari, molesto y con razón. No solo porque se entera a través de los medios de una decisión de tal calado, cuando el propio Sánchez había defendido lo contrario en la última sesión parlamentaria, sino porque él ya había advertido de que un ‘cerrojazo’ solo nos conducirá a un estado comatoso en la economía. ¿Si se paraliza la economía se podrá costear la salud en un futuro? ¿Cómo lo han hecho los coreanos para frenar la pandemia sin parar su economía? El Gobierno repite que se deja asesorar por los técnicos. Que es una forma de delegar el liderazgo. Para eludir responsabilidades cuando venga la factura política.
La idea del mando único era buena. Una forma de evitar desdoblamientos y desigualdades. Pero el Gobierno de Pedro y Pablo no supo imponerlo en la tardía compra del material sanitario. Fernando Simón ha ido perdiendo credibilidad. Y el ministro sin competencias, Salvador Illa, ha terminado desbordado. Tampoco ha funcionado con la decisión del cierre total de la actividad económica ‘no esencial’. Esa medida tan drástica que provocará mucha destrucción de empleo (pymes y autónomos, sin poder ajustar sus plantillas, se verán obligados a cerrar) merecía una consulta con los afectados. ¿Quiénes pueden mantener gastos sin ingresar? ¿Cómo se protege a las personas y se garantizan los empleos? El Gobierno habla y habla pero no responde a las preguntas transferidas.
La verborrea no es sinónimo de transparencia. Continuamos sumidos en un mar de dudas. Se ha perdido un tiempo clave. Pero de los ‘idus de marzo’ ya se hablará en su momento. De los gobernantes irresponsables que rompen sus cuarentenas, también. Pero en la actualidad se siguen cometiendo chapuzas sin control. En este ciclón sanitario muchas veces contabilizamos la fría estadística. Detrás de cada nombre hay una historia, un entierro sin duelo, una despedida a distancia. Hay que hacer sitio. Si no se disponen de suficientes camas, ¿no sería más conveniente levantar algún hospital de campaña (Madrid lo hizo en tiempo récord) en vez de desalojar a los abuelos de sus residencias? Quienes toman estas medidas, ¿saben hasta qué punto los mayores residentes ven acusada su demencia al mínimo cambio de escenario?
No es el turno de la política, aunque desde algunos sectores con intereses partidarios se esté pensando en la rentabilidad del día después. La oposición está siendo más leal a Sánchez que sus propios socios. No hay más que recordar la última sesión del Congreso. Pero por mucho que Pablo Casado vote a favor de las medidas de Sánchez, aunque discrepe de muchas de sus iniciativas, la máquina imparable de la propaganda le acusará de poner palos en las ruedas, sin proponer idea alguna. A Sánchez le abandonó su socio de ERC pero él ni siquiera agradeció la ayuda al PP. La oposición está arrimando el hombro. Lo que no se le puede pedir desde La Moncloa es que lo haga con mordaza. Vamos aprendiendo desde que vivimos confinados. Ahora ya nadie se atreve a decir, a pesar de la necesidad de los desahogos con toques de humor, que estamos pasando una gripe. Eso fue lo que nos dijeron los técnicos cuando empezó (tarde) todo esto. Quizás más condicionados por cálculos políticos que por criterios científicos.