IÑAKI ARTETA – LIBERTAD DIGITAL – 29/10/15
· «Que hable de lo que hizo, es lo mejor que puede hacer» le dijo Eva Mozes, superviviente de los experimentos de Méngüele, a Oscar Groening un anciano de 93 años que a los 21 fue contable en un campo de concentración nazi. Groening ha sido juzgado este año en un Tribunal de Hannover como responsable de genocidio aunque no existan pruebas de un delito específico. Él se siente «legalmente inocente», nunca mató a nadie, pero «moralmente culpable», así que al final de su vida ha decidido hablar de dónde estaba él cuando todo aquello sucedió.
Su trabajo de vulgar administrativo consistía en contar el dinero confiscado a los prisioneros del campo y esconder y custodiar las pertenencias de las víctimas para ocultar a los nuevos la suerte que iban a correr. Mientras estuvo en el campo de concentración, fue, naturalmente, testigo de todo lo que allí ocurría, después fue capturado por los británicos y pasó un tiempo en un campo de trabajos forzados en Inglaterra. A su regreso a Alemania llevó una vida normal donde ocultó su pasado. Al enterarse de las teorías del negacionismo del Holocausto decidió hacer público su pasado en Auschwitz y desde entonces ha criticado abiertamente a aquellos que niegan los hechos que él presenció y la ideología que una vez suscribió.
En julio de 2015 llegando al juicio
En el juicio celebrado en 2015 fue condenado a cuatro años de prisión al ser imputado de cargos de complicidad. Eva Mozes sigue viendo a Oskar Groening como una pieza imprescindible en la maquinaria asesina de los campos de exterminio nazi. «Él era un pequeño tornillo en una máquina de matar grande, y la máquina no puede funcionar sin los tornillos pequeños».
El terrorismo ultranacionalista vasco, como cualquier instrumento para matar sistemáticamente, ha necesitado de todo un meticuloso engranaje. ETA ha llegado a ser una máquina duradera, bien mantenida, alimentada cuidadosamente, en mejora constante, precisa y contundentemente efectiva. Como deben ser las cosas importantes.
La máquina, instalada en el corazón de nuestra comunidad, observaba, analizaba, decidía y dirigía sus diversos tipos de ataques hacia una parte de la población bien elegida: los enemigos del pueblo.
La máquina son sus piezas y no puede ser mejor que el peor de sus mecanismos. Como en todo artilugio de tan larga vida ha sido el cuidadoso ensamblaje de sus piezas perfectamente engrasadas el que le ha posibilitado cumplir su misión exterminadora. Infinidad de tornillos eficientes.
Ahora parece que la máquina esté parada, pero los tornillos siguen ahí.
En las ciudades alemanas hay escritos nombres de personas que se llevaron a los campos de exterminio mientras, en su momento, sus habitantes ni veían ni oían y, además, se aprovechaban todo lo que podían de sus bienes. En algunas calles del País Vasco hay clavadas en el suelo misteriosas placas con nombres de personas que según se dice murieron allí, sin indicar por qué razón. Hay otros lugares en los que se ha escrito IN MEMORIAM sin detallar en honor de quienes. Da un poco lo mismo, esas placas sean de chapa o de piedra son arrancadas tarde o temprano. Ese, por ejemplo, no es trabajo de ex militantes curtidos en la banda y ahora ociosos, tampoco de sus representantes públicos más radicales que tienen oficina y hasta llevan corbata. Es una de las nuevas tareas de esa parte silente de la maquinaria: los tornillos. Están para eso, para el mantenimiento de lo que tan bien funcionó.
Los tornillos vivían y viven entre nosotros. ¿Podemos intentar adivinar qué pasará por sus cabezas? ¿temerán que alguna vez alguien les señale por su trabajo en el pasado? ¿alguien podrá acusarles con pruebas? ¿de qué? Pasa el tiempo y nadie llama a su puerta. Puede que su esperanza en irse de rositas se cumpla. No hay cuidado de que alguien les reclame arrepentimiento. ¿Se delatarán ellos mismos como ha hecho al final de su vida Oscar Groening?
Como él, tampoco hicieron gran cosa: unas llamadas, un comentario en el bar. Sus sutiles movimientos sirvieron para pequeñas obras, quizás solamente el señalamiento de unos cuantos indeseables, la quema de algún comercio o un simple asesinato. Puede que sólo uno. Porque no eran nada, sólo pequeños tornillos en algo muy complicado, insignificantes piezas de una entramado lo suficientemente grande como para no destacar con su acción repetida, casi anónima. ¿Dónde estuvo cada uno, cuando aquello estaba pasando? ¿Cuál fue el lugar exacto, la labor exacta de cada pieza?
Perversas criaturas, calcos, sin saberlo, de brillantes modelos de otras tantas sociedades podridas por el afán totalitario, vivirán ahora ocultas tras las cortinas de la impunidad, observando la calle un poco por costumbre (fue su trabajo durante tanto tiempo), un poco por el ligero temor de que alguien pudiera recordarles algo del pasado. Un incesante manantial de miseria abarrotará cada minuto de sus vidas.
Todos hemos sufrido, dicen, también los tornillos. No ha sido trabajo agradable para nadie.
IÑAKI ARTETA – LIBERTAD DIGITAL – 29/10/15