Teodoro León Gross-El País
El president mantiene la lógica antidemocrática consagrada en las sesiones del 6 y 7 de septiembre de 2017
Borrell ha advertido que “lo peor todavía puede estar por llegar”. El clima en Cataluña, a pesar del papelón obligado a oficiar Marlaska sobre la neutralidad (inexistente) del espacio público, está deteriorado. Nadie quiere pensar que la espiral aún va a más, quizá por el agotamiento de tantos años de procés hasta el paroxismo del último otoño; y sin embargo se trata de la hipótesis lógica. Es lo que Puigdemont anuncia como “largo camino”. No huyó a Waterloo para rendirse allí y luego retirarse a Santa Elena. El procés es implacable, y no sólo demoniza a los no indepescomo anticatalanes, sino que sigue liquidando a terceristas o simplemente moderados: ahora claudica Domènech. En definitiva, no se designa a un Torra —“nacionalista esencialista con tintes xenófobos que considera a Cataluña una colonia de España”, en definición del propio Borrell— para rebajar la tensión. Vienen curvas.
Esta semana Torra ha dictado, en el Teatro Nacional de Cataluña, el Pregón del Otoño Caliente. Cerrar el Parlamento para monologar en un Teatro realmente es toda una metáfora del procés. Nunca había quedado tan achatado el espacio público de debate, sustituido por un púlpito para los dogmas de la religión nacionalista. Claro que el teatro quizá sea el sitio más adecuado para una pieza de ficción: “Nuestra causa es más respetada que nunca por la comunidad internacional”; “Aquí nadie ha huido de la justicia”; “Hemos sabido priorizar la unidad, porque el proyecto de la independencia es inclusivo”… y suma y sigue. El nivel de la patraña resulta fabuloso (ningún Gobierno del mundo les apoya, Puigdemont sigue huido, Cataluña más divida por la guerra sucia de los lazos…) en esa fantasía del “pueblo unido contra el fascismo” donde él es un trasunto de Martin Luther King o de Mandela. Lo peor no es constatar el sectarismo sino la resistencia patológica a la realidad. Eso es más irreparable.
Torra, lejos de responder a la oferta de apaciguamiento del Gobierno y enfriar el otoño caliente, inflama la movilización con el combustible de la sentencia. No solo exige el referéndum dinamitando el diálogo (“No aceptaré menos que eso”) sino que mantiene la lógica antidemocrática consagrada en las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre de 2017: “Solo podemos aceptar una sentencia absolutoria, porque los delitos son inexistentes”. Y amenaza: “Si la sentencia no fuera la libre absolución estudiaré qué decisiones hay que tomar”. “O llibertat o llibertat” es el chantaje de “o absolución o absolución”. Nadie puede imaginar a un político occidental, incluso de partidos antisistema, cuestionando el Estado de derecho con ese descarado desahogo. Si allí ya se menciona con naturalidad la hipótesis de “abrir las cárceles”, aunque resulte inverosímil, es fácil calcular el nivel del deterioro. Y esa es la inercia, con los más radicales a los mandos. En definitiva, como apunta la politóloga Astrid Barrio, todo el procés ha operado sobre la estrategia de la subasta: nunca un paso atrás, siempre se impone la apuesta más fuerte.