JON JUARISTI – ABC – 06/11/16
· La nueva temporada ministerial se estrena con un patinazo en Cultura.
El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha retirado, a las pocas horas de concedérselo, el Premio Nacional a la Mejor Traducción de 2015 al carmelita Luis Baraiazarra, autor de una versión al vasco de las obras completas de Santa Teresa de Jesús. El motivo para anular la concesión ha sido que incumplía la normativa ministerial según la cual la traducción premiada deberá serlo «de una obra escrita originalmente en lengua extranjera a cualquiera de las lenguas españolas».
Formé parte hace años del jurado del Premio Nacional de Traducción, que se concedió en aquella ocasión a una versión al catalán de la Divina Comedia realizada por el escritor valenciano Joan Mira. La Real Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia había propuesto la candidatura de una traducción del De architectura, de Vitruvio. La funcionaria encargada de leer las actas fue incapaz de pronunciar el título vasco (Arkitekturaz), que se lee exactamente igual que “arquitectura” en español (con una ese al final).
Una de las características de los Premios Nacionales es que las candidaturas son propuestas por los miembros del jurado, entre los que hay representantes de las academias e institutos de las llamadas «lenguas propias» de las autonomías, y no por los autores mismos. Probablemente, el carmelita Baraiazarra sabía que la Real Academia de la Lengua Vasca iba a presentar su traducción al Premio Nacional, porque es miembro de dicha institución, pero el hecho es que no la presentó él mismo. Le asiste, por tanto, el derecho moral a estar más cabreado que la proverbial mona, aunque con la típica dulzura carmelitana se haya limitado a reconocer que se siente como un niño al que le ponen un caramelo en la boca y luego se lo quitan.
Quizás esta vergonzosa chapuza venga bien para aclarar algunas cosas. El concepto «lenguas españolas» recogido en el Título Preliminar de la Constitución, artículo 3, 1, podrá tener cierto valor político, pero desde el punto de vista de la clasificación lingüística no quiere decir nada, y no sé qué pinta en las bases de un Premio de Traducción. Ya Gregorio Salvador, antiguo secretario de la RAE, dejó bastante claro, hace treinta años, que una cosa es la lengua española y otra las lenguas de España, entre las que se incluye la propia lengua española, que también llamamos castellano y que figura en la Constitución como «lengua española oficial del Estado», galimatías causante de todo el embrollo posterior. Así pues, la expresión «lenguas de España» habría sido, desde el punto de vista de la lingüística, o de la geografía lingüística, la única acertada en las susodichas bases, ya que otras expresiones con valor lingüístico como «lenguas hispánicas» no incluyen al vasco, que no pertenece a esa rama de la familia románica.
En los jurados del Premio Nacional de Traducción, nadie salvo el representante de Euskaltzaindia suele conocer el eusquera (el año en que yo estuve había dos vascohablantes, el representante en cuestión y yo mismo, pero por pura chamba). Desde el punto de vista lingüístico, el vasco es tan extranjero para la mayoría de los españoles como el albanés. Dos compañeros míos en la Universidad de Alcalá, Antonio Alvar y José Luis Moralejo, fueron galardonados muy merecidamente con el Premio Nacional de Traducción por sendas versiones de Ausonio y Horacio al castellano: ¿acaso es el latín una lengua extranjera? Es inevitable que los nacionalismos se mezclen con las culturas ministeriales, pero rara vez con una estupidez más evidente que en las bases del premio que comentamos. Lo más limpio y razonable sería devolvérselo al carmelita Baraiazarra. Y cambiar lo que sea necesario para no repetir la pifia.
JON JUARISTI – ABC – 06/11/16