Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez siente pánico al abandono de la extrema izquierda. Se ha convertido en rehén de unos socios que lo desprecian
Con la venia del presidente, Pablo Iglesias volvió ayer a humillar a uno de sus compañeros del Consejo de Ministros. El turno del oprobio le tocó al de Sanidad, Salvador Illa, que hubo de soportar en vivo cómo el vicepresidente blasonaba de haberle enmendado la plana en las medidas de alivio a la reclusión de los niños. Con Illa ya ha escarnecido de una u otra manera a un tercio del Gabinete, a saber: Escrivá, Robles, Montero (María Jesús), Planas y Calviño. No sólo les ha pasado por encima y doblado el pulso sino que ha presumido de ello con desdén gratuito, porque quiere que se note su influencia a base de grandes dosis de exhibicionismo. La realidad es que
tiene motivo: hasta ahora ha salido victorioso de todos los conflictos que ha planteado en el seno del equipo gubernativo, aunque a base de dejar víctimas por el camino está formando un ilustre sindicato de enemigos. Pero cada disputa interna le sirve para ensanchar su territorio político y enviar el mensaje de que Sánchez, el que no iba a dormir tranquilo, ha acabado por confiarle su propio destino.
El jefe del Gobierno ha renunciado incluso a desmarcarse de los excesos bravucones de su aliado. Le ha permitido fanfarronear de que le come en la mano; amenazar a la clase media con expropiaciones confiscatorias; insultar a empresarios que, como Amancio Ortega, han colaborado en la compra de material sanitario y hasta cuestionar de manera directa las competencias del Jefe del Estado. Ni siquiera ha defendido al Poder Judicial que Iglesias ha agraviado al acusar a los jueces de prevaricar absolviendo a los corruptos «por sus privilegios y contactos». (Por cierto, el órgano de gobierno de los magistrados se ha limitado a emitir una nota de protesta en vez de enviar las declaraciones al fiscal por si procede una querella). Y sólo existe una razón para tantas y tan evidentes tragaderas, y es la misma por la que el Ejecutivo consiente sin quejas que los separatistas se nieguen a respaldar el decreto de alerta: Sánchez siente pánico al abandono de la extrema izquierda. Se ha convertido en rehén de unos socios que lo desprecian.
Así, y ante la negativa presidencial a suscribir un acuerdo con los únicos partidos que pueden darle estabilidad en una circunstancia crítica para la salud pública, la economía y el empleo, la legislatura amenaza con un nuevo colapso de demoledores efectos. Y llegará un momento en que las reticencias de Podemos a asumir los inevitables ajustes que Europa exigirá a cambio de su respaldo financiero se sumarán a las prisas de Esquerra por avanzar en su proyecto del procés 3.0. El sanchismo puede tratar de ganar tiempo con la emergencia del coronavirus como pretexto, pero en esas condiciones su mandato no llegará muy lejos porque el bloque de investidura no le va a proporcionar suficiente respaldo estratégico. La duda, si hay alguna, es quién romperá primero.