- Quienes dicen hoy “ETA no existe” para que nadie hable de los etarras en Bildu en realidad está pretendiendo que nadie hable de ETA nunca más. Que hagamos como que ETA nunca existió
Cuando se publiquen estas líneas será lunes 22 de mayo. Faltará menos de una semana para que se celebren las elecciones municipales y forales en el País Vasco. Una semana después, el 29 de mayo, sabremos algo importante: el número de ciudadanos vascos que habrán votado a un partido formado en parte por asesinos. El de hoy es, por tanto, el último cartucho, como diría algún concejal de Bildu en potencia, y como pudo haber dicho, con una connotación distinta, cuando era un asesino en acto.
La sociología no es más que una especie de psicología de multitudes y, por tanto, una literatura incapaz de convertirse en ciencia. A la sociología le falta uno de los elementos que permiten que la psicología sí lo sea: la existencia de un cerebro colectivo. Podemos investigar la psique humana porque depende de algo material, y porque lo material se puede ver y manipular. Podemos preguntarnos, por ejemplo, qué es lo que lleva a un joven vasco a lanzar piedras contra los asistentes a algún acto de Ciudadanos, Vox o PP. La hipótesis debe tener en cuenta factores complejos como la familia, el grupo de amigos o las lecturas, pero también la química, cuya influencia suele ser despreciada.
No sólo los terroristas fueron recolocados en los parlamentos, sino que además consiguieron eliminar a muchos de quienes les hicieron frente, y así hoy no tienen que aguantar miradas reprobatorias
En cambio, resulta muy difícil saber qué es lo que lleva a una sociedad como la vasca a aceptar con tanta naturalidad la presencia del horror en sus calles y sus parlamentos. Y por eso resulta muy difícil intentar encontrar una solución. Podríamos habernos pasado un mes entero detallando el historial de los candidatos de Bildu. Qué fueron capaces de hacer cuando formaban parte de ETA, qué dicen hoy sobre aquello que hicieron y avalaron, a qué rituales se entregan en las fiestas. Habría dado igual. La gente es menos idiota de lo que solemos pensar, e incluso el analista que escribe sobre la izquierda abertzale desde Madrid o Barcelona sabe perfectamente de lo que habla; imaginemos lo que sabe el votante de Bildu de Hernani, Rentería, Durango o Galdácano cuando deposita su voto en la urna.
El derrotismo nos condenaría a no decir ni hacer nada, pero hay un factor que suele sacarnos de la indolencia: el triunfalismo de los demás. Leíamos estos días que ETA fue derrotada, y, por tanto, su proyecto también. No cumplieron su objetivo, nos dicen para tranquilizarnos. Fue derrotada, los demócratas triunfamos, ¿no lo veis? Y lo que vemos es que el asesinato fue muy rentable. No sólo los terroristas fueron recolocados en los parlamentos, sino que además consiguieron eliminar a muchos de quienes les hicieron frente, y así hoy no tienen que aguantar miradas reprobatorias. Hay más políticos y periodistas, en San Sebastián y en Madrid, dispuestos a abrazarse con Otegi que a rechazarle el saludo.
En primer lugar, la memoria histórica: Txapote ya es una víctima del conflicto vasco. Y en segundo lugar, la vergüenza histórica: los compañeros de Txapote ya pueden ejercer como concejales en la política vasca
Pero todo esto ya lo sabemos, y es inútil insistir en ello. En los últimos meses, hemos podido comprobar hasta qué punto la victoria de la democracia ha consistido en entregar el País Vasco a la asamblea definitiva de la izquierda abertzale. En primer lugar, la memoria histórica: Txapote ya es una víctima del conflicto vasco. Y en segundo lugar, la vergüenza histórica: los compañeros de Txapote ya pueden ejercer como concejales en la política vasca.
En las decisiones de Bildu se puede ver, como dirían en una serie policial, un patrón muy claro. El sagaz investigador iría colocando fotos en la pared, y en todas aparecerían antiguos miembros de ETA o adoradores de la banda. “Una los puntos”, le diría el misterioso informante. Por desgracia, lo nuestro se parece más a The Office que a The Wire. Hay periodistas que no reconocerían la evidente reivindicación de la obra de ETA, ni aunque firmasen su programa electoral con el hacha y la serpiente.
Hace unos días leía el enésimo artículo elogiando la acción política de Bildu, y me acordaba de aquella canción en la que aparecía Calamaro junto a Coti, y en la que posteriormente aparecieron también Julieta Venegas y Paulina Rubio: Nada fue un error.
Desde entonces no consigo quitarme la melodía de la cabeza, aunque con la letra cambiada: todo es un error. En lugar de Calamaro, Coti, Venegas y Rubio los que cantan son Baltasar Garzón, Carlos E. Cué, Yolanda Díaz o Pedro Sánchez. Bildu no toma decisiones políticas, sino que comete errores. Se equivoca. Hace cosas inexplicables. Organiza homenajes a etarras, los aplauden en las plazas, pero es inimaginable que decidan incorporarlos a las listas electorales. Tiene que tratarse de una equivocación. Y luego otra. Y a la semana siguiente, otra. Los periodistas tienen una buena noticia: siempre es de casualidad.
El asesinato concreto de policías, militares, concejales, periodistas, jueces, empresarios, taxistas, ingenieros, amas de casa o niños no respondía al odio ni se agotaba en cada víctima concreta
Las víctimas de ETA, mientras tanto, han ido sumándose a la discusión pública. Muchas de ellas para denunciar el “uso político” de su dolor. Bien, hablemos claro. Otra vez.
ETA asesinó a cientos de personas. Y destrozó las familias de todas esas víctimas. Pero comprender el terrorismo supone reconocer que las víctimas directas no eran su fin, sino su medio. El fin fue siempre condicionar la política. La autonómica y la nacional. El asesinato concreto de policías, militares, concejales, periodistas, jueces, empresarios, taxistas, ingenieros, amas de casa o niños no respondía al odio ni se agotaba en cada víctima concreta.
Cuando algunas asociaciones repiten que los partidos políticos no representan a las víctimas, tienen razón. Pero de la misma manera debemos dejar claro que las asociaciones de víctimas no representan a los ciudadanos. Y la cuestión del relato es algo que nos incumbe a todos, como sujetos morales que somos. Si seguimos señalando lo que hace la izquierda abertzale -y lo que hace el PSOE con la izquierda abertzale- no es porque creamos que ETA sigue existiendo, sino porque sabemos lo que representa la izquierda abertzale.
Quienes dicen hoy “ETA no existe” para que nadie hable de los etarras en Bildu, en realidad está pretendiendo que nadie hable de ETA nunca más. Que hagamos como que ETA nunca existió. Pero no es a los muertos a quienes traicionan, sino a los vivos. A toda la sociedad española.