IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Los ‘adoradores del gasto’ son un formidable grupo de presión. Han reformulado el eslogan del presidente de tal manera que propugnan aquello de ‘que nadie se quede atrás, cueste lo que cueste’. Pare ellos, todos los déficits son escasos y todos los gastos, ineludibles. Ahora que la canciller Merkel se retira de la escena política, he leído auténticos anatemas que culpan a su política de austericidio de todos los males que causó la crisis de 2008 y avisan de los que podría causar la insistencia en la contención del gasto. La postura es curiosa, pues hay que tener una visión estraboscópica para ver en las estadísticas de la mayoría de los países de la UE, y desde luego en el nuestro, algo que se parezca lejanamente a un austericidio.

Con el estallido de la crisis anterior, Rodríguez Zapatero le dio un empujón tremendo al déficit, que en su mandato tuvo una media del 3,6%. Su sucesor, Mariano Rajoy, pasa a la historia como el mayor pecador de austericidio, pero la acusación es absolutamente falsa, pues lo cierto es que superó con creces el dato anterior hasta alcanzar una media en su mandato del 5,6%. Para terminar la apoteosis del gasto con Pedro Sánchez que, empujado por las necesidades sanitarias, lo ha llevado a niveles de dos dígitos. Así que podremos discutir si esta política es sana o suicida, pero debemos aceptar como premisa inicial que, desde 2012, en España, las administraciones públicas no han practicado la virtud de la austeridad. Por si hay dudas acerca de los datos, he usado los calculados por Miguel Sebastián, que fue ministro socialista.

El tema es muy importante porque afecta al futuro. Los niveles de deuda sobre PIB limitan la capacidad de actuar, ahora que todas las necesidades sociales se agolpan en el horizonte. Los países más endeudados hemos pretendido mutualizar la deuda para evitar problemas en los mercados. Unos problemas, por cierto, que el BCE ha disipado con su política de compras de deuda sin reparar en su ‘denominación de origen’. Pero como no ha colado ahora buscamos mutualizar otras cosas, como el paro a través del programa SURE, o dejamos volar la imaginación con cosas sorprendentes como la idea de que las inversiones verdes o las digitales no computen en el déficit. ¿Por qué no deberían de hacerlo, porque son necesarias y convenientes? Por supuesto, pero ¿no lo son las infraestructuras básicas, la educación, la sanidad…?

Puestos a ser imaginativos, si partimos de la premisa de que no podemos reducir el gasto porque todo él es necesario y conveniente (el dogma de los ‘adoradores del gasto’), podríamos llegar a eliminar el déficit en su totalidad y eso nos permitiría volver a empezar de cero… La verdad, no se si es una idea genial o una simple trampa en el solitario. De momento, si quisiéramos volver a las exigencias del pacto de estabilidad, tendríamos que obtener un superávit del 2% durante dos décadas. Al político que lo proponga… ¡no le votan ni en su casa!