Transición permanente

EL CORREO 26/03/14
ALBERTO AYALA

· La credibilidad de la apuesta del PNV por la transversalidad se resiente cada vez que ‘amenaza’ con propiciar el frente abertzale

El fallecimiento de Adolfo Suárez, el presidente que pilotó el proceso de recuperación de la democracia en España, ha rescatado del baúl de la historia la evocación de los valores de la Transición. Evocación entre genérica y simplista, trufada de buenismo, a la que apenas ha habido político en activo que se haya resistido a adherirse con ardor juvenil. El penúltimo, ayer, el portavoz del Gobierno vasco.

A pocas horas para que, mañana, arranque la ponencia parlamentaria (grupo de trabajo) encargada de revisar el Estatuto e intentar pactar un ‘nuevo estatus’ –que aún no sabemos si puede traducirse como un nuevo texto estatutario que sustituya al de Gernika o no–, Josu Erkoreka llamó a los partidos a recuperar «el espíritu de la Transición». A afrontar el debate con la «generosidad y altura de miras» que, en general, exhibieron los políticos hace cuatro décadas, en el tránsito de la dictadura a la actual democracia.

Ante una apelación genérica en semejante sentido solo cabe la adhesión. Cuestión bien diferente es si se le añade letra pequeña.

La ponencia parlamentaria nace ya, aunque la convicción general es que durante muchos meses esquivará el debate de fondo. Solo al final de la legislatura, una vez se conozca en otoño de 2015 quién va a gobernar en España el próximo cuatrienio, se cree que sus señorías entrarán en ‘harina’.

El PNV ha elegido poner en marcha el grupo de trabajo de la mano del PSE. Lo ha hecho para resaltar públicamente que su objetivo es lograr un acuerdo transversal. Claro que, ha faltado tiempo a ambas formaciones para adelantarse tal vez a algunos acontecimientos y entrar en la confrontación dialéctico.

El presidente del EBB, Andoni Ortuzar, ratificó ayer que los jeltzales, llegado el momento, pondrán sobre la mesa el derecho a decidir. Agregó que están dispuestos a pactar su definición y hasta su ejercicio, pero que en modo alguno aceptarán su negación.

El planteamiento resulta lógico y previsible. Como lo es pensar que otros hablarán exclusivamente de independencia desde el primer día, algunos de avances en clave federalizante, otros optarán por el inmovilismo y no faltarán voces en favor de la recentralización. Pero, o mucho cambian las cosas, o va a resultar muy muy complicado que semejante camino termine en un pacto transversal. Explorar fórmulas de bilateralidad que no desborden la legalidad, que la reinterpreten, es una cosa; exigir, por ejemplo, la constitucionalización del derecho a decidir (versus derecho de autodeterminación) –algo que no existe en ningún país del mundo–, otra radicalmente distinta.

Nada cabe objetar a que el PNV apueste por una especie de Transición permanente hasta lograr la estatalidad, por más que ello constituya una mala tarjeta de presentación para generar confianza en sus adversarios no nacionalistas. Al menos alguno de sus líderes ha dicho que el proceso que arranca no terminará en la independencia.

Si los jeltzales aspiran de verdad a un acuerdo transversal y están dispuestos a exigir pero también a ceder debieran renunciar a ‘amenazar’ con el frente abertzale hacia la segregación si no logran sus pretensiones. En sus manifestaciones públicas y en privado. Lo contrario, aún siendo legítimo, resta toda credibilidad a su discurso político y conduce a escenarios ya conocidos, pero no olvidados.