IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
Desde el primer momento de su constitución, el gobierno de Pedro Sánchez prometió actuar bajo los principios de transparencia y coherencia. ¡Qué bellas palabras, qué conceptos tan elevados! Ya sabe, aquello de ‘un gobierno que no mienta y que gobierne para el pueblo’, y cosas así. También dijo que eran dos partidos que hablarían con una sola voz. Vale, detengámonos un momento en la realidad. El viernes envió a Bruselas el proyecto destinado a recibir las decenas de miles de millones que llegarán (¿?) del Fondo de Recuperación preparado en Europa. Después remitió a los medios un ‘resumen ejecutivo’ plagado de los habituales conceptos brillantes como digitalización, transformación energética, cuidado del medio ambiente, etc. Es decir, una vez más nos enumeró los títulos de los capítulos del libro -al parecer tiene miles de páginas-, pero sigue sin desvelar su contenido concreto, las medidas, los medios, los objetivos, los trámites, los organismo encargados y demás fruslerías.
Es decir, el programa que va a terminar con nuestras miserias y nos va a rescatar del fondo del pozo en el que estamos sumidos no se presenta a sus destinatarios. ¿Por qué no? Ni idea, aunque los malvados sugieren que, como Bruselas exige un programa contundente que estará lejos de las alegrías de aquellos que consideran más progresista dar una subvención que crear un puesto de trabajo, no conviene desvelar nada antes de superar el amargo proceso de las elecciones de hoy en Madrid. Otro día hablaremos de lo que se ha conocido del plan fiscal, que tiene su miga…
Luego está la coherencia. Dos vicepresidentas y cinco ministros y ministras ocuparon la cabecera de las manifestaciones del Primero de Mayo, en las que se exigía al Gobierno la derogación inmediata de la reforma laboral de Mariano Rajoy. Seguro que oyeron bien la exigencia, porque caminaban justo delante de los altavoces y los megáfonos. Entre otras cosas, esto supone un desmentido total a la sabiduría popular que daba por imposible el intento de guardar la ropa mientras se nadaba; y por vano el esfuerzo de repicar las campanas mientras se presidía la procesión. Lo nunca visto. La parte del Gobierno que quiere la reforma -formada no solo por la aportación de Unidas Podemos-, exigiendo a otra parte de sus compañeros del gabinete que hagan lo que la vicepresidenta segunda y algunos más no quieren hacer y Bruselas no quiere que se haga. La vicepresidenta tercera, entusiasmada, abandonó por unas horas su papel de mediadora entre patronal y sindicatos para volcarse por completo en apoyar a éstos. Me reconocerá que como ejemplo de coherencia es mejorable. Pero eso es lo que hay.