Nunca se debe esperar nada de un hombre que en su edad adulta se hace llamar ‘Pepu’. Pepu Hernández es el portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid y junto a sus compañeros quiso prolongar el acierto básico de las elecciones autonómicas, votando contra la concesión de la Medalla de Honor de la Ciudad a Ana Botella y criticando que se le concediera a Andrés Trapiello.

Hace siete años, Pablo Iglesias descalificó a Ana Botella, “cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido y de los amigos de su marido (sic) En un día como hoy (8 de marzo) quiero felicitar a las mujeres de mi país y agradecerles que no se parezcan a Ana Botella”. Lo dijo el campeón de las barraganías, el tipo que hizo ministra a su novia, con menos formación y menos estudios que Ana Botella, que sacó oposiciones al T.A.C. y que a diferencia de Irene Ceaucescu llegó a su cargo por los votos de los madrileños. Lo de ser esposa de su marido y de los amigos de su marido debe entenderse como un lapsus. Ni siquiera en la cópula de Podemos se dan semejantes saturnales.

No votaron contra Trapiello, pero cuestionaron “que se pueda premiar el revisionismo que él representa”, es decir, su posición sobre la guerra civil. A Pepu y a Mar Espinar, portavoz de Cultura, hay que entenderlos. Andrés Trapiello es un escritor intenso y extenso, con más de 25.000 páginas publicadas, mientras sus críticos son analfabetos funcionales, víctimas del horror a la excelencia. A Trapiello le irían bien unos versos que Eladio Cabañero dedicó a Mario Ángel Marrodán y que yo suelo adaptar a autores prolíficos: “Cojones, dijo el cartero./ Tres libros de Andrés Trapiello/ y estamos a 2 de enero”.

Conocí a Trapiello, escritor leonés, lo cual es casi un pleonasmo, hace 39 años, durante la presentación de su primera y muy divertida novela, ‘El buque fantasma’ y su amistad ha sido uno de esos privilegios con que a veces nos distingue la vida.

Pepu no se aclaró mucho frente a Alsina, pero parece que su corazón izquierdista tenía  dos agravios: la retirada de la placa a Largo Caballero y de las placas de las víctimas del franquismo en el Memorial de la Almudena. Largo Caballero, huelguista en el 17, golpista en el 34 y partidario de la guerra civil siempre, fue un tipo intelectualmente mediocre y partidario del bolchevismo, a quien los comunistas bautizaron como ‘el Lenin español’ para halagar sus bajos instintos. Las placas del Memorial de La Almudena solo recogían los nombres de las víctimas del franquismo, no de las víctimas de la retaguardia republicana.

Pepu, el pobre Pepu, solo sabía que su partido estaba en contra del revisionismo aunque no supo poner ejemplos. Ni él ni sus compañeros habrán leído su gran libro sobre los intelectuales en la guerra civil, ‘Las Armas y las Letras’, una obra que justificaría por sí sola, siempre lo digo, la vida de un escritor. ¿Y qué es el revisionismo, si puede saberse? La perversa actitud de cartografiar la realidad con hechos y cambiar de opinión cuando aquella en la que creíamos ha sido falsada. ¿Y como se construye? Lo explicaba el periodista Furio Colombo, que era de izquierdas: como las catedrales góticas piedra sobre piedra: con un hecho encima de otro hecho, encima de otro hecho.