Félix de Azua-El País
Cuando el rey emérito entró en negocios con los monarcas sauditas fue recibido como un “hermano». Por lo cual se le acompañó el conjunto de regalos y obsequios rituales que hoy le valen un juicio y una desgracia
En épocas premodernas, cuando los imperios carecían de comunicaciones rápidas, era costumbre negociar mediante escritos sobre tablas de arcilla y con pactos familiares. Así, por ejemplo, gracias a los Archivos de Amarna conocemos las relaciones de los faraones con monarcas hititas, babilonios, sirios, cananeos y micénicos. Cuando llegaban a un acuerdo los reyes se convertían en hermanos, y siempre que se pactaba algo lo acompañaban de regalos fabulosos. Así, el misterioso faraón Amenofis III, llamado Ajenatón, recibió una tablilla de su “hermano” Tushratta, rey de Mitanni, en la que le anuncia un envío de seis carros, siete caballos, dos sirvientes, fíbulas, pendientes, anillos de oro y un pomo de aceite perfumado para su esposa Kelu-Hepa. Estos y más ejemplos vienen en 1177 a. C., de Eric H. Cline (Crítica), donde relata el derrumbe de las civilizaciones mediterráneas en ese preciso año.
Treinta siglos más tarde muchos países siguen siendo premodernos y por lo tanto no es raro que los monarcas españoles sean “hermanos” para los reyes de Marruecos y así se traten mutuamente. De modo que cuando el emérito rey Juan Carlos entró en negocios con los monarcas saudíes con el fin de ayudar a la única industria española con peso internacional, la de ferrocarriles, fue recibido como “hermano” de los monarcas árabes. Por lo cual se le acompañó el conjunto de regalos y obsequios rituales que hoy le valen un juicio y una desgracia.
No se trata de justificar nada, sino de poner un rito arcaico en su lugar y así quizás entender algunos actos que hoy son delictivos, pero no lo eran hace medio siglo. Aunque no se perdonen, que por lo menos no supongan una infamia. La justicia siempre se ha de acompañar por la comprensión.