Lo de Cataluña tiene que deberse a un virus. Me refiero al hecho de que haya encuestas y encuestados que otorguen posibilidades a un candidato como Salvador Illa, que ni siquiera es capaz en tanto que ministro de Sanidad de llevar una contabilidad aproximada de los. muertos, pero que el I.N.E. cifra ya en más de 80.000. El miércoles vimos otra rareza en la columna de Francesc de Carreras en El País. Carreras había escrito la víspera una carta, comunicado o manifiesto, que firmaron con él todos los fundadores de Ciudadanos menos Ovejero, en la que se invitaba a votar al partido naranja como la opción más útil para defender sus objetivos fundacionales. La extrañeza de uno es tanto mayor dado que es precisamente en Cataluña donde esos objetivos están mejor servidos por el PP que por C’s, Alejandro Fernández parece candidato más solvente que Carrizosa a la Generalidad. Por no hablar de Cayetana Álvarez de Toledo como cabeza de lista el Congreso cuando toque, si Casado y Teodoro no la fumigan también ahora.
Lo extraño es que Carreras hizo al día siguiente una semblanza de Illa que parecía un panegírico: no tenía dudas sobre su capacidad, su integridad personal, su talante, ya le gustaría que todos los candidatos fuesen como él. Esto debe de ser el exagerado prestigio del ‘seny’ y tener el habla suavecita. Ya lo decía Al Capone: “se puede llegar muy lejos con una palabra amable, pero se llega más lejos con una palabra amable y una pistola”. Solo al final cuestiona el voto al PSC por las necesidades de Pedro Sánchez y por sus alianzas ‘non sanctas’ con los independentistas.
Carreras debió ponderar también el amor a la verdad del candidato, a quien se la traen al fresco, según dijo, las ventajas electorales que podría reportarle su doble condición de ministro y candidato: él dedica el 101% de sus esfuerzos a la pandemia. Razón de más para poner a otro, un gestor, al frente de la Sanidad, dirán ustedes con razón. Lo de la duplicidad tiene precedentes. El zangolotino Errejón sostuvo en 2014 que cumplió con las obligaciones que le imponía un contrato con la Universidad de Málaga que le había dado el profesor Alberto Montero, subordinado suyo en Podemos. Lo más notable del asunto, aparte de incumplir el horario y la obligación presencial a que le obligaba la beca, es que aquellos meses estuvo absorbido por la responsabilidad política de organizar para su partido las elecciones europeas de 2014. Cosas que no pueden ser y además son imposibles.
Así las cosas y con la pandemia recrecida, Illa era el único candidato partidario de mantener la cita electoral para el 14-F, por las mismas razones que todos los demás querían atrasarlas: las cosas solo pueden ir a peor para él. El resto de los partidos propusieron y el Govern aprobó aplazarlas al 30 de mayo. ¡Tres meses y medio! Para entonces el fracaso del candidato será aún más evidente, aunque no sé si tanto para calar en los votantes, ni doblará el pico, ni conseguirá vacunar a los catalanes (ni a los españoles, claro) “con velocidad de crucero”. La inmoralidad del candidato seguirá cabalgando sobre dos monturas. Es más que probable que fracase con ambas.