Tres miradas hacia la paz

DIARIO VASCO, 24/12/11

Amaia, Iñaki y Josu hablan de la Euskadi por construir, sin odio pero sobre un relato veraz. Autocrítica, presos, reconocimiento a todas las víctimas, educación… «hay mucho por hacer»

La vida no es igual para ellos desde que Juan Manuel, Froilán y Santi no están. Pero estas navidades tienen algo diferente. En realidad, radicalmente distinto. El «horizonte» sin violencia que comienza a abrirse. Un nuevo tiempo para Euskadi plagado de «incógnitas» que hay que ir despejando, de retos por superar y de revisiones críticas que no se pueden evitar. La construcción de una sociedad edificante, que no olvide lo ocurrido pero tampoco se enquiste en los odios arraigados, llevará tiempo y exigirá dedicación, reconocen. Y en esa tarea cada ciudadano tiene su cuota de responsabilidad.

LAS FRASES
IÑAKI GARCÍA ARRIZABALAGA
«Las víctimas no pueden ser además los perdedores morales y sociales de esto»
AMAIA GURIDI
«Todas las víctimas tienen su reconocimiento, pero no se puede meter a todas en un saco común»
JOSU ELESPE
«A mí me preocupa lo que se cuente aquí de lo ocurrido, no lo que se diga en Barcelona o Madrid»

Iñaki García Arrizabalaga, hijo del delegado de Telefónica en Gipuzkoa asesinado en 1980 Juan Manuel García Cordero; Amaia Guridi, viuda del director financiero de El Diario Vasco Santi Oleaga, asesinado en 2001; y Josu Elespe, hijo del concejal del PSE de Lasarte-Oria Froilán Elespe, abatido a tiros hace también una década, no solo son conscientes de esa laboriosa empresa que hay por delante sino que están dispuestos a implicarse de lleno en ella. De hecho ya lo están. Los tres en este caso forman parte del heterogéneo colectivo de víctimas del terrorismo de ETA (en el caso de García Cordero también de su escisión en los Comandos Autónomos Anticapitalistas). Pero cada uno marca prioridades y desvela temores en su nombre y desde una experiencia propia. Un recorrido personal que, en el caso de Iñaki y Josu, como se revela a lo largo de la conversación, les ha llevado a mantener un encuentro personal con sendos miembros de ETA encarcelados. Ninguno de ellos pretende erigirse en ejemplo. Pero sí creen conveniente explicar en todos los foros que sea preciso cuál es su realidad. «No podemos además ser los perdedores sociales y morales» de «esto», advierte García Arrizabalaga, profesor de Marketing en la Universidad de Deusto.

Es la primera preocupación que se pone sobre la mesa durante este diálogo, que busca mirar hacia adelante. «Que se cuente lo que ha pasado, que no se tergiverse, que sea un relato verídico», defiende Amaia después de que Josu expresara su temor por que sea «la izquierda abertzale la que tome las riendas» y la sociedad le «premie», como se ha evidenciado en las últimas citas electorales, por «traer la paz». «Me preocupa esa percepción y que nadie, ningún partido, sea capaz de contrarrestar ese discurso», añade el hijo del edil socialista.

Frenar la «impunidad»

Iñaki García habla del miedo a la «impunidad», del «borrón y cuenta nueva» que, en su opinión, la izquierda abertzale está intentando propagar con «soluciones globales» para los presos, sin una «autocrítica» real o con un reconocimiento del daño que se ha causado genérico, «no verdaderamente sincero». Y, junto a Josu, sitúa en toda la sociedad vasca, «la clave del futuro», la responsabilidad última de frenar esa «habilidad» que caracteriza a dicha corriente para llevarse la opinión mayoritaria a su terreno. «A mí no me preocupa lo que quede en Madrid o en Barcelona, a mí me preocupa lo que se cuente aquí», recalca el hijo de Elespe, quien confiesa sentirse «decepcionado» con la respuesta social al terrorismo durante muchos años.

Josu no duda de que la mayoría de los ciudadanos vascos ha rechazado la violencia durante la etapa negra que empieza a difuminarse, pero siente y expresa cierto reproche hacia «esa mayoría», que no «empatizaba» directamente con las víctimas ni estaba «envenenada» por las posturas más radicales que justificaban la lucha armada, por haber sucumbido al «miedo o al pudor» de dar un golpe en la mesa ante los atentados, agresiones o amenazas que se han producido.

El boleto perdedor que les tocó a ellos en la trágica lotería que se ha vivido en este país hizo que los tres reaccionaran, con más o menos esfuerzo, con más o menos energía, a los embates violentos. Iñaki, colaborador de Gesto por la Paz, recuerda hasta «el eco de las pisadas» en las solitarias concentraciones que empezaron a hacer en la Plaza de Gipuzkoa allá por los años 80. Pero también reconocen haberse mantenido ajenos en determinados momentos, cuando «esto les pasaba a otros», la engañosa coletilla que tantas veces han escuchado.

Víctimas, todas y sin mezclas

Pero «esto» no solo les ha pasado a ellos. Amaia, Josu e Iñaki saben y han conocido de hecho a víctimas que no son de ETA. Afectados por la violencia de los GAL, por torturas o por excesos policiales que acabaron con la muerte o heridas de un número por determinar de personas. En ello está el Parlamento Vasco. Y a los tres interlocutores que han querido participar en este reportaje les parece positivo y necesario que así sea. La charla deriva así, de forma natural, en otro punto sensible, como casi todos en este tema, de este nuevo escenario en paz desconocido para muchas generaciones de vascos.

«Todas las víctimas tendrán que tener su reconocimiento» y reparación, indica la viuda de Oleaga, «pero no se puede meter a todas en el mismo saco». «No se puede hacer un ‘totum revolutum’ con la viuda de un asesinado por ETA, Otegi o la madre de un preso que viaja mil kilómetros a visitarle», advierte.

«Estoy de acuerdo con Amaia en que cada caso tiene una naturaleza distinta», añade Iñaki, quien ve oportuno que las instituciones reparen a todas las víctimas de la violencia, y reconozcan «errores, algunos dramáticos», que se han cometido. No solo por ese ‘debe’ que existe hacia las denominadas víctimas de motivación política, sino porque además es la única forma, en su opinión, de «desarmar de victimismo» a quienes se aferran a esa situación para evitar dar pasos en otro sentido.

«No puede existir equiparación» entre unos sufrimientos y otros, apunta también Josu Elespe, quien reprueba, «no el error, sino el terrorismo puro de los GAL, o las torturas» contra detenidos, de las que el Estado se valió, según ha demostrado la Justicia, con el argumento de luchar contra ETA.

«La respuesta a ETA tenía que haber sido inmaculada», defiende el hijo del edil de Lasarte-Oria. «Pero eso ya no tiene solución».

Estas tres víctimas de ETA hablan en primera persona desde un prisma que -son conscientes- no comparten otros familiares que han vivido dramas más o menos similares al suyo. «Pero es que somos miles, hay un abanico tan amplio y plural» como el que exhibe la propia sociedad, recuerda Amaia Guridi. Por eso, consideran hasta contraproducente que a las víctimas del terrorismo se les otorgue más legitimidad que a cualquier otro ciudadano a la hora de que el Gobierno tiene que abordar leyes o políticas penitenciarias. Cada uno tiene su opinión, indica Iñaki. «Y a mí, me podrá gustar más o menos una decisión política, pero es mi opinión». El hijo del que fuera delegado de Telefónica en Gipuzkoa confiesa «tener miedo» a que determinadas actitudes públicas provoquen un «rechazo social» hacia el colectivo al que le ha tocado, por desgracia, pertenecer. Y advierte del riesgo de sumar a la pérdida irreparable de vidas, «ser los perdedores sociales o morales» después de la «actitud serena y sin venganzas particulares» que, según destaca, han conservado los afectados por el terrorismo durante décadas. «Que tengamos dudas de que las víctimas puedan perder también eso… ¡Manda huevos!», se queja Josu Elespe imaginando ese escenario.

Por eso, todos ellos respetan pero no se identifican con quienes expresan un «pensamiento político radicalizado o con más odio» hacia el entorno abertzale y rechazan, por ejemplo, la eliminación de las medidas excepcionales que se aplican a los presos de ETA, la primera medida política que se está planteando, por parte de la mayoría de partidos vascos, al nuevo Gobierno recién constituido del PP. «Ha habido un nivel de radicalización tal que se ha pasado de llamar terroristas a los miembros de ETA, a hacerlo con Batasuna, el PNV o Zapatero», recuerda Josu Elespe, quien espera con expectación saber cuál será el camino que emprenda Mariano Rajoy en este terreno.

En el ámbito de la política penitenciaria, para Josu, no ahora sino también antes, el tratamiento a los presos de ETA debería ser el común. «No soy como ellos, por tanto no defiendo una política excepcional contra ellos», dice. «El alejamiento, aunque bajo un principio utilitarista ha servido, éticamente ha estado mal», añade Iñaki quien se muestra de acuerdo con su interlocutor en que, al final, en Cádiz o en Martutene, «el preso continúa en prisión, tendrá unos regímenes de visita fijos, y quien sufre el desplazamiento es el familiar».

«Acercar presos no es ceder»

Para ambos, el Estado tiene ahora sobre su mesa la responsabilidad de asentar la paz. Y no ven improcedente que uno de los primeros pasos pueda ser poner fin a las medidas penitenciarias más punitivas que se aplican hasta ahora con los presos de ETA. «Eso no es ceder ni es una rendición», defiende Josu Elespe ante las voces críticas que se elevan ante esa posición. «Los etarras tienen que ser juzgados, condenados con la ley en la mano para que cumplan sus penas».

Esos pasos no obstaculizan, a su entender, la protección ni la defensa de la verdad que cuentan las víctimas ni suponen un nivel menor de exigencia a la hora de reclamar un reconocimiento del daño causado por parte de la izquierda aber-tzale y de ETA.

Una declaración, advierten, en la que «no valen las generalidades» -como a su juicio ocurrió hace unos días en el Palacio de Aiete con un reconocimiento «colectivo que resulta muy cómodo»-, ni tampoco las representaciones mediáticas si no van precedidas de una reflexión autocrítica personal y sincera, que «no se produce de la noche a la mañana».

«Yo no tengo prisa», dice Josu, «pero tendrá que llegar». Amaia Guridi, sin embargo, no necesita, personalmente, que le pidan perdón. «Anímicamente no lo necesito, no me reconforta, aunque está bien que lo hagan dirigiéndose a toda la sociedad», puntualiza. Iñaki se adhiere a la conversación para realizar un par de aclaraciones: una, que reconocer el daño causado «es un hecho objetivo». «No supone por tanto un avance significativo», asegura. Y, en segundo lugar, pone el acento sobre el mensaje que, en su opinión, se traslada a este respecto desde la izquierda abertzale y es que pedir perdón «es una humillación, cuando yo creo que es todo lo contrario, es un signo revolucionario».

«Testimonio personal»

Ése es el trabajo principal que las tres víctimas encomiendan a los presos y a quienes han avalado o justificado la violencia de ETA durante tantos años. Pero la construcción de una convivencia normalizada exigirá también, recuerdan, una reflexión personal de cada ciudadano, «sin querer hacer leña del árbol caído», y la clarificación de un relato de lo ocurrido a las nuevas generaciones que se están formando en las aulas.

En ellas, participan los tres. Iñaki se ha acercado ya a dos colegios, y Josu y Amaia -que han tenido que anular una cita por problemas de horarios- esperan ofrecer su testimonio a los escolares cuando se reanuden las clases después de Reyes.

«Tienen que ver que tenemos dos brazos y dos piernas», explica Iñaki. «Que sepan con los testimonios en primera persona lo que hemos vivido» y evitar que el «autismo social» o el «complejo de contaminación», como define él al ‘no acercarse demasiado a las víctimas’ que ha imperado, se propague en el futuro. Se trata de ejercer el «derecho a la verdad» y de «hacer públicas todas las pequeñas historias que han sucedido en este país, porque solo así, sabiendo lo que ha pasado no volveremos a cometer errores en el futuro», continúa García Arrizabalaga mirando a las heridas todavía abiertas del postfranquismo y la Guerra Civil.

En esa autocrítica personal, Amaia también reflexiona sobre qué hubiera pasado «si nos hubiéramos plantado antes, con los primeros asesinatos de aquellos negros años 80», pero lo importante ahora es mirar hacia adelante sin olvidar lo que queda atrás. Y en ese proceso que ahora comienza el profesor universitario ve un principio, «muy básico, prepolítico», que debería servir de común denominador para todos, y es que: «Fue un error matar a quien pensaba diferente por defender un proyecto político».

DIARIO VASCO, 24/12/11