José Luis Zubizarreta-El Correo

  • Sondeos y medios de información habrán ya de contarse, junto con los partidos, entre los agentes más activos de las campañas

No es habitual que la política haga evaluación del pasado. El futuro se le echa encima y la arrolla con sus prisas y prioridades. La enmienda resulta así difícil y la recaída en el error, obligada. Por ello, una campaña como la pasada, cuyos defectos han sido generalmente reconocidos, está condenada a repetirse. De hecho, si echamos la vista atrás, no sería exagerado decir que las campañas han ido de mal en peor y que la pasada ha sido, hasta ahora, la cima que culmina un largo proceso de deterioro en el que aquel animoso «Habla pueblo, habla» de la Transición ha sido sustituido por una infame incitación al grito y al insulto.

En estas breves notas me gustaría señalar tres aspectos que me parecen los más definitorios de la ínfima calidad de la pasada campaña. El primero es su carácter vacío de contenido y henchido de llamadas al miedo y odio del contrario. A falta de propuestas, se ha movido entre una revanchista e inviable derogación del pasado y un amenazador «no pasarán» que evoca lo más infausto de nuestra historia. Ha provocado con ello una polarización que arruina el pluralismo social, enfrenta a la ciudadanía en bandos irreconciliables y causa un bloqueo de difícil salida. La dinámica de enfrentamiento que viene practicándose estos últimos años se ha visto así exacerbada hasta el extremo de manera irresponsable y peligrosa. Cualquier Gobierno que resulte encarnará el enemigo para la media sociedad que no lo apoya. Y, peor aún, no se tratará de un resultado casual, sino del desenlace deliberadamente buscado por quienes han hallado provecho sólo en el enfrentamiento de dos bloques creados adrede mediante la manipulación engañosa y el discurso populista.

¡Quién se hace ahora cargo de todo esto sin volverse atrás de lo dicho! En otro orden de cosas, los llamados ‘trackings’ demoscópicos, además de multiplicarse como nunca, han añadido a la función informativa la de orientadores del voto. Tezanos no está solo. Es uno más de entre los muchos que, con mayor o menor fervor, han adoptado el mismo cometido. Se comprende la dificultad a que los expertos se enfrentan a la hora de trasladar porcentajes a escaños, sobre todo en las circunscripciones pequeñas, y el margen de error que tal práctica tolera. Pero la insistente coincidencia entre resultado del sondeo y orientación política del contratante suscita la sospecha de la indeseable interferencia en el proceso de uno de esos llamados sesgos cognitivos que Campoamor definió como coloración de las cosas por el cristal con que se mira. Los sondeos son ya uno más de los que cuentan como agentes de campaña. Sus autores deberían ser los más interesados en deshacerse de tan pesado e ignominioso lastre.

Por fin, también la profesión periodística deberá hacérselo mirar si quiere recobrar la credibilidad perdida. Su alineamiento partidista la ha convertido en otro activista más de campaña, indistinguible de los propios partidos. Con éstos comparte fervor o rechazo. Se trata de una confusión de perspectivas. En vez de mirar la política desde el punto de vista de la realidad autónomamente observada mira la realidad desde la atalaya partidista. Y, al abandonar así su autonomía y asumir el modo de razonar de quienes, como corresponde a la política, más buscan el poder que la verdad, no puede sustraerse a un alineamiento que deja el crédito de la profesión en entredicho. Comprensivos con unos y rigurosos con otros, sus profesionales convierten la redacción en cámara de resonancia de lo que ya se ha oído, cuando el vocerío lo permite, en el foro parlamentario. Resulta así muy difícil que el ciudadano distinga, por volver a Machado, las voces de los ecos. Y así repite ahora esta sinuosa e inacabable poscampaña el tono que, para la campaña, había ya anunciado la precampaña. Bucle, lo llaman unos; otros, bloqueo.