José Luis Zubizarreta-El Correo
- El soberanismo catalán ha caído en su propia trampa al sobreponer los intereses de sus líderes a la causa
Casi todo se ha dicho ya, a lo largo de esta semana, sobre las elecciones en Cataluña y su repercusión en el resto de España. Poco cabe, por tanto, añadir que sea original o no caiga en la impertinencia. Sin embargo, en asunto de tanta transcendencia para el país, no sería procedente acogerse al silencio para evitar este riesgo. Me atreveré, pues, a afrontarlo con tres breves anotaciones, que puedan servir para llenar otros tantos huecos que han quedado, en mi opinión, abiertos tras la multitud de opiniones que se han emitido. Espero que el lector sepa excusar el ventajismo de opinar después de que lo hayan hecho los demás y no lo vea como el prurito de quien, recién llegado a la conversación, pretende poner a lo ya dicho los puntos sobre las íes.
La muerte del ‘procés’ ha sido la conclusión más destacada del debate. Algunos han llegado incluso a celebrar sus funerales con insultante regocijo. Pero un juicio tan definitivo merece, aun reconociendo lo que tiene de acertado, un matiz relevante. No se me ocurre otro modo más gráfico de expresarlo que recurriendo al primer principio de la termodinámica, que rezaría como sigue: «La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma». El ‘procés’ no ha sido, en este sentido, sino una de las múltiples formas que adopta la energía soberanista para hacerse valer en un momento dado. La muerte de aquél no implica, pues, la de éste, que, como la marea, sufre flujos y reflujos intermitentes, pero tercos y persistentes. En Cataluña o en Euskadi, el soberanismo actúa al modo de una corriente de fondo que emerge a la superficie cada vez que las circunstancias del entorno y el impulso de sus líderes le ofrecen la oportunidad. El estadio de reflujo al que ha retrocedido el catalán tras el último bandazo del electorado, tal como el vasco refluyó tras el fracaso del plan Ibarretxe, revertirá en cuanto la circunstancia vuelva a serle propicia y sus líderes den con una nueva forma más adecuada. Tal circunstancia propicia estará, sin duda, asociada a la debilidad del Estado.
El estadio de reflujo del soberanismo revertirá en cuanto la circunstancia vuelva a serle propicia
A este respecto, resulta pertinente, pese a su impertinencia, la segunda anotación sobre las causas que han provocado el reflujo del soberanismo. Han abundado las alabanzas, forzadas, unas, y excesivas, otras, por eufóricas, a la estrategia seguida por el presidente Sánchez a la hora de desinflamar el conflicto y reducir su postrer ímpetu mediante la concesión de una polémica amnistía. Cabe preguntarse, sin embargo, si la calificación de «estrategia» es la que mejor se ajusta a lo que el propio protagonista definió como la virtud impuesta por la necesidad a que los independentistas le sometieron para cobrarse la investidura tras los resultados del 23-J. La amnistía fue, según esto, más que una estrategia tramada por el investido, el precio exigido por el soberanismo y abonado por el presidente en contra de sus convicciones expresamente declaradas. Así, pues, si a alguien ha de atribuirse el mérito de estratega es al propio independentismo que salió, en principio, beneficiado, pese a que también para él la estrategia está convirtiéndose en estratagema fallida y trampa en la que él mismo ha caído. Pero de eso va la tercera anotación.
El estrepitoso hundimiento del voto soberanista se ha atribuido, en gran medida, a la abstención. Ha sido el elector independentista el que, al optar por abstenerse, ha multiplicado en porcentaje el valor del voto que se le había fugado hacia el PSC, sin menoscabo del mérito del candidato. A juicio del soberanismo, las medidas desinflamatorias alcanzadas por el empeño de sus líderes, incluida la amnistía, han beneficiado a sus promotores, pero no han redundado en ningún beneficio para el movimiento, que se ha visto, por el contrario, debilitado por el alto precio de apoyos y cesiones que ha debido pagarse para compensarlas. La repercusión más negativa en ERC, de la que Junts ha logrado salir ileso, está hoy dejándose ver en la secuencia de dimisiones y anuncios de retiradas futuras que protagonizan sus líderes. La sensación de que las ventajas de los líderes han prevalecido sobre el interés de la causa se ha instalado tanto en la militancia como en el electorado.
Y, para concluir, nadie ha reclamado el mérito que, en todo este proceso de vuelta a la normalidad, se había ganado el Estado de Derecho, mediante la correcta aplicación del 155 de 2017 y la sólida sentencia del Tribunal Supremo de 2019. Hoy se consideran más obstáculos que impulsos. Ha hecho falta que viniera el canadiense Michael Ignatieff, nuevo premio Princesa de Asturias, para que nos lo recordara.