Kepa Bilbao Ariztimuño-El Correo
- El considerado padre del liberalismo entendió que lo que guía al ser humano en la economía es perseguir su bienestar material
Hace 300 años, el 5 de junio de 1723, nació Adam Smith. Se presenta una buena ocasión para recordar, releer o leer la obra de este filósofo y economista escocés, considerado por muchos como el padre del liberalismo.
Cuando Adam Smith publicó su ‘Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones’ (1776) se le leía -y se le sigue leyendo- como el apóstol del nuevo capitalismo, básicamente por la declaración que hace al principio del libro a favor de la libertad del mercado, por su posición crítica de la intervención gubernamental, de sus reglamentaciones, y por ser el autor de la más celebre metáfora económica, según la cual el mercado libre actúa como una ‘mano invisible’ que de alguna forma conduce al individuo a contribuir a un fin, el bien colectivo, que no forma parte de su intención y espontáneamente crea un orden. De esta forma, estableció el punto de referencia para la teoría económica liberal posterior.
El libro fue el primer examen exhaustivo del incipiente sistema capitalista de mercado y de la nueva disciplina llamada Economía Política. Todas las ideas mercantilistas y fisiocráticas quedaban superadas por una mirada más amplia y realista. Su obra, que corresponde a una época de revolución comercial, no acierta a perfilar aún la era de la industria. Predominaban la pequeña industria manufacturera, el taller del artesano y comenzaba la Revolución Industrial.
Marx llamará a Adam Smith ‘el economista que resume todo el período manufacturero’. Y como le sucedería al autor de ‘El Capital’ con sus epígonos, Adam Smith sufrirá una simplificación y vulgarización por parte de los suyos. Como dice Hobsbawm: «El Adam Smith de hoy en día no es el de 1776, salvo para un puñado de estudiosos especializados. Lo mismo ocurre inevitablemente con Marx».
Smith identificaba el crecimiento de los mercados y la división del trabajo con el progreso material de la sociedad, pero no con el progreso moral. En realidad, fue un profesor de Filosofía Moral que en 1759 publicó su ‘Teoría de los sentimientos morales’ (en la que expone su teoría ética basada en la ‘simpatía’, la capacidad de identificarse con los sentimientos ajenos) y posteriormente, en 1776, el libro considerado fundacional de la economía moderna, ‘La riqueza de las naciones’. La aparente o real contradicción entre un modelo de ‘hombre económico’ en ‘La riqueza de las naciones’ y un modelo de ‘hombre social y moral’ en la ‘Teoría de los sentimientos morales’ daría lugar, con ocasión del bicentenario de ‘La riqueza de las naciones, al denominado ‘problema de Smith’.
En el origen de la controversia se encuentra la creencia de que ‘La riqueza de las naciones’ ofrece una visión incompleta, en la que el ser humano parece guiarse exclusivamente por el interés propio, mientras que en ‘Teoría de los sentimientos morales’ hay una visión más completa de la estructura motivacional del comportamiento humano.
En opinión de Hirschman, en la primera obra, ‘Teoría de los sentimientos morales’, «parece que Smith aborda un amplio espectro de sentimientos y pasiones humanos, pero también se persuade de que, en lo que atañe ‘al gran número de la Humanidad’, los principales afanes humanos concluyen en la motivación del hombre para mejorar su bienestar material. Y, lógicamente, emprendió en ‘La riqueza de las naciones’ el examen pormenorizado de las condiciones bajo las cuales puede alcanzarse este objetivo en que la actividad humana tiende a converger (…). Smith pudo concentrarse en el comportamiento económico de una manera perfectamente coherente con su interés previo en otras dimensiones importantes de la personalidad humana».
En ‘Teoría de los sentimientos morales’ Smith considera un abanico más amplio de pasiones o sentimientos en el ser humano, pero, más allá de ello, entiende que lo que le guía primordialmente es perseguir su bienestar material, sobre todo, habría que añadir, cuando se mueve en la esfera de la economía. En ‘La riqueza de las naciones’, Smith deja bastante de lado los comportamientos humanos y las consideraciones morales en la actividad económica. Parece que la ‘simpatía’ tiene poco que hacer en este terreno cuando en realidad la persecución del interés personal contribuye mejor que nada al bien colectivo.
Hay un intento de dejar en suspenso la moralidad cuando se actúa en el mercado. Algo bastante compatible con la idea de moralidad de los teóricos liberales y afines que consideran que la moralidad es cosa a tener en cuenta en otros ámbitos: familiares, lazos de amistad, ayuda a los muy necesitados… pero que es cosa perjudicial cuando se entremezcla con la actividad económica.