Tridente

DAVID GISTAU-El Mundo

LOS DOS grandes partidos de poder disponen de ex presidentes vivos. Unas veces los usan como elementos de legitimación y otras, cuando hay un afán de ruptura y no de continuación, los tratan como si fueran almas penitentes que tardan en encontrar el camino al más allá.

De los dos ex presidentes de que dispone el PSOE, lo sorprendente habría sido que fuera Felipe González, y no Zapatero, el que hubiera salido a legitimar a Sánchez y a consagrar ciertas intenciones relacionadas con los indultos y con la subordinación de la ley a la política de baja estofa. Ahí lo tienen, a Zapatero, agrediendo con su martillito el edificio jurídico levantado por Marchena en el Supremo y que ha de ser erosionado precisamente porque es una demostración de solidez institucional frente a la liquidez del chalaneo. Como en los tiempos en que las togas debían mancharse con el polvo del camino y Otegi se acogía a sagrado preguntando: «¿Esto lo sabe el fiscal general?».

Una vez superada la sorpresa de que Zapatero conserve siquiera un ápice del prestigio necesario para ejercer de figura tutelar con sus frasecitas de galleta china de la suerte, no puede negarse que todo cuanto Sánchez intenta es una versión más desinhibida y audaz de los experimentos doctrinales de Zapatero. La refutación de la Transición que luego reinterpretó Podemos. La fusión de izquierda y nacionalismo necesaria para obtener una apropiación definitiva del poder. La reformulación de España vinculada a la exigencia nacionalista. La exclusión civil del adversario político, apartado en distancias sanitarias. Y la destrucción institucional inevitable en un paradigma de solución de problemas capaz de cualquier cosa pero siempre amparado en la coartada del diálogo. Cada aparición de Zapatero identifica el momento exacto en que la socialdemocracia inició un corrimiento de valores que alcanzará propósitos fundacionales, constituyentes, en cuanto Sánchez cierre su investidura.

Pese a la enorme compasión que inspira la sociedad venezolana, no nos venía mal que Zapatero estuviera distraído «desfaciendo» entuertos allí. Porque ahora pretende hacerlo aquí mostrando una idéntica fascinación por los personajes que encarnan el proyecto de demolición de todos esos valores que deberían ser los custodiados por cualquier ex presidente de una democracia europea. Otegi, Maduro y Junqueras, el tridente de Zapatero.