José Luis Zubizarreta, DIARIO VASCO, 17/7/11
La tarea de elaborar un relato veraz de lo que ha ocurrido en este país requiere de un acuerdo entre demócratas que aún no se ha logrado
Hace ya tiempo que los comunicados de ETA no llaman la atención de nadie ni suscitan la menor curiosidad. La organización terrorista dijo todo lo que tenía que decir el día en que, con la voladura de la T-4 y la muerte de los dos emigrantes ecuatorianos que en ella descansaban, defraudó la última esperanza de todo un pueblo y dilapidó lo poco que a ella todavía le quedaba de credibilidad. A partir de entonces, lo único que la opinión pública espera escuchar de ETA es la declaración del cese definitivo de sus actividades. No debe, por ello, resultar sorprendente que, ante el comunicado que ETA ha hecho público esta semana, las reacciones hayan sido o el silencio más absoluto o la demanda de su desaparición.
Probablemente es esta actitud entre despectiva y exigente la más adecuada desde el punto de vista de los partidos democráticos. De hecho, el comunicado ni siquiera se dirige a ellos. Quienquiera que lo haya redactado tenía, más bien, toda su mente puesta en la gente de la izquierda abertzale. Se trata, en efecto, más que en ningún otro caso, de un comunicado de los que suelen llamarse de consumo interno. A través de él, la organización, que, al parecer, sí tiene quién le escriba, instruye a su gente sobre cómo han de interpretarse los acontecimientos ocurridos en Euskadi a lo largo de los últimos meses. Se trata, en consecuencia, de un manual de instrucciones para orientarse y desenvolverse en el debate público.
Con todo, la lectura del texto resulta también instructiva para cualquier persona ajena a ese mundo. Yo al menos he sacado de él un par de lecciones que me parecen de notable utilidad. Una se refiere a la necesidad que la propia izquierda abertzale tiene de que ETA haga mutis por el foro y renuncie a esa estúpida pretensión de erigirse en el eje en torno al cual todo gira. La otra tiene que ver con la obligación que nos incumbe a quienes no pertenecemos a ese mundo de lograr que se imponga en la opinión pública un relato de nuestro reciente pasado que esté libre de la manipulación de quienes querrían ver convertida nuestra victoria en derrota y su derrota en victoria.
Respecto de la primera lección, se ha hecho ya unánime entre los partidos democráticos la exigencia, no sólo de que ETA cese definitivamente de su actividad, sino de que sea precisamente la izquierda abertzale la que se lo exija. Esta exigencia al cuadrado -exigencia de exigencia- tiene como objetivos más inmediatos obtener, primero, de esa izquierda civil una garantía fehaciente de su ruptura respecto de su brazo militar y lograr, luego, que este último se vea forzado a desaparecer por falta de apoyo y legitimación social. Pero en el primero de esos dos objetivos se oculta, bajo la actitud exigente de los partidos democráticos, también una invitación amigable dirigida a la izquierda abertzale para que desgarre de una vez esa tela de araña sentimental en que aún se halla atrapada y que amenaza con desmentirle incluso la apariencia de esa mínima autonomía con la que dice actuar.
Me explico. El servicio más flaco que el comunicado de ETA le hace a la izquierda abertzale consiste en que la primera habla, además de por sí misma, en nombre de la segunda. Hasta tal punto es esto verdad que al redactor del texto, pese a su esmero por usar la tercera persona a lo largo de todo el comunicado, se le desliza en un párrafo una tríada de verbos que incluyen la primera persona del plural -«diogu», «gaituzte» y «gara»- y que resultan por ello significativamente delatores de su mentalidad inclusiva. Ese ‘nosotros’ con que ETA se refiere en una unidad de destino tanto a sí misma como a la izquierda abertzale civil es como el abrazo del oso del que ésta mejor haría en desembarazarse si no quiere que los demás, incluidos los tribunales de justicia, nos veamos obligados a concluir que nada de lo que nos ha prometido en estatutos, declaraciones y alegatos varios tiene viso alguno de sinceridad. Nadie más interesado, por tanto, que la propia izquierda abertzale en que ETA desaparezca de la escena para ganarse el crédito que necesita en orden a ser aceptada como uno más en el juego democrático.
Por lo que se refiere al relato de nuestro reciente pasado, el comunicado es un paradigma de triunfalismo tramposo y de burda falsificación. Esa nueva época, era o edad -«aro berria»- que se habría abierto en Euskal Herria gracias a «la lucha ejemplar de todo un pueblo» no consiste, puestos a concretarla en algo, sino en la legalización de Bildu y en los óptimos resultados electorales que la coalición ha obtenido. Resulta, por tanto, cuando menos curioso que se aplauda como victoria sobre el Estado de Derecho lo que no ha sido sino sometimiento a sus normas y que se atribuya a mérito de la propia intervención lo que se ha debido precisamente a la ausencia total de esa intervención, que, de haberse dado, habría resultado contraproducente. Y es que lo único que ha logrado hasta ahora la izquierda abertzale es incorporarse a gestionar una parte de las instituciones que los partidos democráticos recuperaron con su apuesta constitucional y estatutaria: las diputaciones y el Concierto Económico. Esa incorporación, y no otra cosa, es el «aro berri» que se ha abierto en Euskal Herria.
Nada de esto merecería mencionarse si no fuera porque ese relato tramposo y, en este caso, derrotista ha calado también en el campo democrático. A él se sumaban, en sendos artículos, dos destacados representantes del Partido Popular. También ellos creen que ETA certifica, en el último comunicado, su victoria sobre el Estado de Derecho. ¡Curiosa coincidencia con la banda! Claro que quienes así opinan parecen excluir de nuestro Estado de Derecho real y concreto al Tribunal Constitucional, cuya última sentencia sobre Bildu juzgan ser producto, por lo visto, de una panda de «juristas ligeros». ¡Así, cualquiera!
José Luis Zubizarreta, DIARIO VASCO, 17/7/11