MIQUEL GIMÉNEZ-Vozpópuli

  • Perdonen si hoy no les hablo de política. O sí

Quienes entendemos las lenguas como vehículos de comunicación, compendio, resumen y monumento a las culturas que representan asistimos a la demolición tan implacablemente tenaz como intelectualmente estúpida del español. Alguien -seguramente un intelectual de pluma espesa, cara de úlcera y escasa coyunda- decidió hace mucho que nuestra lengua no era suficientemente rica y próvida en palabras y se puso con los galicismos, los anglicismos y los gilipollismos. De la cosa gabacha uno puede entenderlo, puesto que el idioma de Voltaire fue mucho tiempo lengua de referencia y estudio para generaciones de españoles, entre las que servidor se incluye. Luego llegaron las modernidades y, ¡ay!, se jodióse el invento. Con los yuppies -empezábamos mal- se instalaron en la salita de estar palabros como target, mobbingbusinesscashlockout, manager, executive senior, y lo dejo porque mi hígado empieza a dar señales de queja. También lo entendimos. El inglés, autoproclamado como Imperium Lingua, forzaba a aquellos galopines con hombreras imposibles, BlackBerry y nariz empolvada a echar mano de la jerga de la tribu para hacer negocios. Porque ninguna lengua es inocente, todas son tribales y responden a patrones culturales concretos, lo que equivale a decir que de hablar en una o en otra aceptamos implícitamente el arquetipo de este. El pueblo hebreo, que sabe más de lenguaje que nadie, tuvo la prudencia de no dejar que el nombre de Dios se pronunciase públicamente. Solamente lo podía articular a solas el Sumo Sacerdote en el interior del Templo, mientras en el exterior se formaba un enorme griterío para que no pudiera oírlo nadie. El Tetragrámaton se escribe, sí, pero no se dice. Porque los sonidos y, por ende, las palabras tienen poder.

Ahora el anglicismo se emplea como signo de modernidad, de juventud, por quedar bien, por impresionar a una extranjera, por cualquier cosa menos por algún motivo teológico, racional y ya no digamos cultural

Así pues, y dejando aparte de si el nombre divino es Yahvé, Jehová, Adonai o Elohim, el día que los eruditos estudien el vocabulario que usamos en este año del Señor del 2022 se llevarán las manos a la cabeza. Porque ahora el anglicismo se emplea como signo de modernidad, de juventud, por quedar bien, por impresionar a una extranjera, por cualquier cosa menos por algún motivo teológico, racional y ya no digamos cultural, porque no es cultura pasarse el día enganchado a un teléfono móvil perreando, por empezar con un ejemplo. Veamos. Random puede aplicarse en cualquier circunstancia y querer decir lo que sea; Match significa que dos personas se atraen; Crush es un flechazo, extendido a la persona que te gusta; Influencer es el que corta el bacalao en las redes sociales; Hater es el que te odia más que el gato Jinks a Pixie y Dixie; Troll es parecido a hater, pero menos; Follower -no piensen mal- es un seguidor; Stalkear es cotillear en los perfiles de ex; Shippear es imaginar parejas que te gustaría ver en la vida real; Ghosting es pasar de los mensajes que te envían, verbigracia, por Wasap; en fin y por no aburrirlos, Mainstream es la moda que sigue todo quisqui.

Las palabrejas provienen de ese paraíso artificial que son las redes, donde nada es lo que parece y, si lo parece, no lo es. A mí ya me perdonarán, pero no estoy para estupideces. Prefiero lo de «Madrugaba el Conde Olinos, mañanita de San Juan, a dar agua a su caballo a las orillas del mar», de tanta belleza que incluso don Ramón Menéndez Pidal se ocupó de él. Ya sé, ya sé, no tengo remedio.