Troyanos en La Moncloa

Ignacio Camacho-ABC

  • Es significativo que cualquier autocracia suscite en la extrema izquierda española un reflejo de afinidad automática

Putin es un nacionalista que ha conservado del comunismo la pulsión autoritaria. Pero para Podemos y el resto de la extrema izquierda basta con eso para que el personaje les despierte un reflejo de afinidad automática reforzada por la común aversión antiamericana. Resulta significativo que todos los regímenes por los que las huestes de Iglesias -porque siguen siendo de Iglesias, con Belarra como simple delegada- muestran simpatía sean autocracias. Y tampoco es casualidad que Rusia siga la antigua geoestrategia soviética de incordiar a Estados Unidos apoyando a Cuba, Irán o Venezuela, patrocinadores de franquicias más o menos directas que en la crisis de Ucrania se han apresurado a desalinearse de la Unión Europea. Sin disimular demasiado que la protesta contra la guerra no se haya oído ante el amenazador despliegue de la maquinaria militar rusa en la frontera sino cuando la OTAN ha comenzado a activar, a rastras y por rutina, sus mecanismos de respuesta.

Cada uno gestiona como puede sus complejos, que en el caso de los tardocomunistas españoles responden a una especie de nostalgia por los tiempos no vividos del quintacolumnismo tutelado desde el Telón de Acero. En este caso sin embargo llevan su instinto antioccidental -antiliberal, a fin de cuentas- demasiado lejos, al límite mismo, y más allá, de la deslealtad al pacto de Gobierno que suscribieron a cambio de cinco ministerios. Aunque Sánchez sienta un entusiasmo muy discreto por la idea de involucrarse en un conflicto prebélico, existen compromisos internacionales ante los que hasta un experto en incumplimientos ha de aparentar al menos un cierto respeto. Podemos puede exhibir sin problemas ni cortapisas sus contradicciones políticas -por ejemplo, la de postular la autodeterminación de una nación ficticia, como Cataluña, y negar a una real como Ucrania el derecho a su soberanía- porque carece de principios que se lo impidan: sus líderes piensan que cualquier cosa que hagan o digan está bendita por la autoadscripción al credo progresista. El presidente también pero sabe que el cargo obliga a sujetarse a algunas responsabilidades objetivas.

Y es que ya no se trata de discrepancias puntuales sobre tal o cual proyecto, sino sobre una quiebra de fondo en torno a una posición de Estado. Palabras mayores, grietas estructurales en una cohabitación cuya débil cohesión afloja a medida que avanza el mandato. Ese tipo de relaciones inadecuadas pasan factura tarde o temprano: si la tensión del Dombass no afloja a corto plazo, el sanchismo va a dar un espectáculo ante los socios atlánticos. Porque lo que España haga con los impuestos, la pandemia o las leyes de género y de memoria histórica quizá le traiga al fresco al resto de Europa, pero ante una circunstancia de traza tan peligrosa suscita muy poca confianza un Gobierno con un caballo de Troya instalado en el jardín de La Moncloa.