IGNACIO CAMACHO-ABC
- El PP ha caído en la trampa de creer que necesita coartadas para excusarse de su tardío arranque de desconfianza
Ala puerta de Feijóo llamó Pedro Sánchez disfrazado de estadista y preguntando «¿truco o trato?» con sonrisa de niño. Y Feijóo eligió trato y le entregó un puñado de golosinas judiciales sin percatarse en un principio de que truco y trato con Sánchez son lo mismo. El resto ya lo sabemos: la velada acabó en portazo y con las chucherías por el suelo. Ahora estamos en eso que llaman ‘el relato’, que es la explicación a posteriori del desencuentro con la mutua intención de echar al otro la culpa de la ruptura del acuerdo. Y el PP está volviendo a caer en la trampa de creer que necesita justificar su tardío arranque de desconfianza, es decir, de situarse a rebufo de la iniciativa adversaria y de la cascada de reproches propagados por los socialistas con su abrumadora superioridad propagandística y mediática.
La diferencia entre la izquierda y la derecha reside en que la segunda siempre está dispuesta a excusarse ante la primera. Y así, la dirección de los populares duda de su decisión e interioriza con mala conciencia el marco mental de un líder aquejado de temblor de piernas y del síndrome provinciano ante los poderes fácticos del interior de la M-30, mientras el jefe del Gobierno se entrega sin problemas a pactar lo que haga falta con Bildu y Esquerra. La historia de siempre: unos vacilan y el otro golpea. El que ha fracasado en su intento de controlar la justicia es el que finge ser la parte ofendida y el que ha hecho –mal que bien– lo que debía se dedica a dar explicaciones en vez de pedirlas.
Hoy por hoy a Feijóo lo desgasta más pactar con Sánchez que no hacerlo. Quizá sea triste y perniciosa para el país esta imposibilidad de entendimiento, pero es la realidad y, como cantaba Serrat, no tiene remedio. El partido antisanchista, una coalición heterogénea, sin siglas ni logo, de gente que considera al presidente un personaje tóxico, es más amplio y más fuerte que cualquier otro y su programa tiene un solo punto que se llama desalojo. Se trata de millones de ciudadanos cabreados y unidos por un sentimiento de rechazo que el propio Sánchez ha estimulado con su estrategia de enfrentamiento sectario. Lo único que quieren es echarlo y esa especie de fobia genera un estado de ánimo reacio incluso a una demostración de responsabilidad de Estado.
Por eso no se entiende muy bien la insistencia ‘pepera’, expresada ayer por Elías Bendodo, en mantener abierta una ventanita de avenencia. Quizá sólo sea de un modo de aparentar buena voluntad ante las instituciones europeas, que andan entre estupefactas e inquietas por el colapso de una institución sistémica. Entre sus votantes, al menos entre los convencidos, no provocaba ningún entusiasmo la perspectiva del compromiso. Lo que acaso lamenten es ese espíritu encogido, como de remordimiento o de miedo al conflicto, con que el partido de la alternativa se hace la oposición a sí mismo.