Si el Gobierno dice no fiarse de los anuncios de ETA y de los ofrecimientos de la izquierda abertzale no es sólo porque teme que le puedan engañar; es que ni una ni otra ofrecen garantías suficientes para que al otro lado de la mesa se vayan a sentar interlocutores solventes que aseguren un final pronto y ordenado de su fatal delirio.
El comunicado emitido por ETA el pasado domingo ha dado lugar, a pesar del casi unánime rechazo y decepción cosechados en la política y en la opinión publicada, a alguna especulación y a muestras de un optimismo contenido. Un optimismo basado en la apreciación de que por primera vez ‘el brazo político’ habría dado muestras de controlar la situación. Pero frente a quienes consideran que por fin la política ha tomado la delantera a las armas en el binomio ETA-izquierda abertzale, los hechos reflejan lo contrario. La izquierda abertzale no sólo va por detrás del núcleo duro etarra, sino que además su discurso y su comportamiento continúan sujetos al dictado de la banda.
Fijémonos en la secuencia de esta última semana. Cuando al parecer la izquierda abertzale, con la ayuda de EA, se aprestaba a colocar la red que facilitara a ETA el salto a una «tregua verificable», la organización armada ha podido, incluso en una situación de extrema debilidad, tomarle la delantera imponiendo su propio ritmo y sus condiciones. Es sintomático que, si de verdad ETA había adoptado meses atrás la decisión de suspender sus «acciones ofensivas», la izquierda abertzale siguiera actuando como si nada.
Es elocuente que si en el vídeo del domingo ETA se limita a dar cuenta de que «ya hace algunos meses tomó la decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas», la izquierda abertzale corriera a interpretar el comunicado como el anuncio de una tregua verificable. Y es curioso que al día siguiente se decidiera a exigir su propia legalización -junto al acercamiento de presos- como la respuesta «insuficiente» que el Estado debía dar. Su jactanciosa unilateralidad da paso al emplazamiento exculpatorio de siempre: «Todos tenemos que hacer movimientos en la buena dirección».
El comunicado de ETA y las declaraciones realizadas por los portavoces de la izquierda abertzale conforman un discurso cada vez más alejado de un lenguaje comprensible, compuesto por dos relatos: el que narra el pasado en un tono épico y el que describe el futuro de forma críptica. Con el primero, el verdugo trata de hacerse la víctima sacrificada por el destino de su pueblo, reivindicando el legado de cincuenta años de lucha que deben continuar; y por supuesto, sin mención alguna a un hipotético desarme. Necesitan reiterar de dónde vienen porque no saben hacia donde van.
Esto último queda patente en las continuas abstracciones con las que tratan de pergeñar el futuro anunciando el inicio de «una nueva fase» o mostrando su disposición a «transitar hacia un marco de paz y soluciones democráticas». Emplean frases que no dicen nada ni a sus más entusiastas seguidores. Saben que fijar un objetivo concreto es demasiado comprometido, porque puede que no lo alcancen nunca. Por eso han convertido el «proceso» en camino y meta a la vez. Así se evitan trazar una estrategia evaluable por su propia gente. De modo que siempre pueden decir que esto avanza, que se están poniendo las bases de un cambio histórico, que ya maduran los frutos de un esfuerzo de años.
La única novedad que ha ofrecido esta semana es que, a cambio de una decisión que al parecer adoptó ETA hace meses, la izquierda abertzale ha pedido su propia legalización. Por fin alguien ha fijado un precio tangible en trueque por la magnanimidad unilateral etarra. No se sabe si la izquierda abertzale estaba autorizada para establecer el precio a su favor. Pero el señuelo es bien visible: si el Estado responde al anuncio de ETA con la legalización de la izquierda abertzale, sería lógico pensar que, en correspondencia, la banda terrorista podría dar el siguiente paso.
La izquierda abertzale se decide a descender a la realidad, porque más le valdría el pájaro en mano de poder concurrir a los próximos comicios que el ciento volando de su habitual verborrea. Pero en ningún caso se atreve a garantizar que su vuelta a la legalidad supondría el final del terrorismo. Todo lo contrario, subraya que se trataría de un trueque entre dos pasos «insuficientes». Por eso mismo sabe que la variación exigida del orden de los factores establecido por Rubalcaba y por las propias sentencias judiciales de ilegalización -primero la renuncia a las armas y después se verá- no va a ninguna parte.
Eludir la realidad es, en este caso, eludir un final de derrota. Cualquier excusa puede servir para ello. Si la manifestación convocada para hoy en Bilbao fue ideada por los actuales dirigentes de la izquierda abertzale para demostrar a ETA que son capaces de movilizar a su gente, no hubiese hecho falta la actuación de la Audiencia Nacional para redireccionarla contra el Gobierno. Manifestarse es una terapia colectiva recomendable, especialmente cuando los convocantes se entretienen en sortear una prohibición para demostrar que los muros del Estado de Derecho pueden ofrecer fisuras propias de la arbitrariedad.
Entonces los convocados también se olvidan de la cruda realidad y simulan encarnar otra triunfante. Si el Gobierno dice no fiarse de los anuncios de ETA y de los ofrecimientos de la izquierda abertzale no es solo, ni fundamentalmente, porque teme que le puedan engañar. Es porque ni una ni otra ofrecen las garantías suficientes para pensar que al otro lado de la mesa se vayan a sentar interlocutores solventes dispuestos a asegurar un final pronto y ordenado de su fatal delirio.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 11/9/2010