Él mismo se definió a lo largo de la campaña electoral como un outsider, un hombre que decía provenir de fuera del entramado político para acabar con la «ciénaga» de Washington. Lo cierto es que Trump ya era un afamado multimillonario antes de comenzar su carrera política. En 1971 tomó el control de la compañía fundada por su abuelo y por su padre, le incrustó su nombre en el letrero y la llevó a la bancarrota. Sin embargo, fue capaz de sanearla y labrarse un largo currículum empresarial.
Un auténtico magnate que nunca estuvo exento de la misma polémica que, increíblemente, no ha lastrado sus aspiraciones presidenciales. Televisivo hasta la saciedad, histriónico hasta el improperio y tan comediante como amenazador; Trump es el ejemplo del declive de la clase política. De cómo mediante eslóganes al corazón de los sentimientos más elementales de la ciudadanía se puede alcanzar el poder. Sólo hace falta poner en contexto su lema de campaña para entender de lo que hablamos. Bajo el We are going to make our country great again se esconde una exaltación tramposa del patriotismo que denigra a los extranjeros, la recuperación de un sueño americano basado en el proteccionismo más arcaico y una peligrosa identificación personal con los intereses de la nación.
Son muchos los medios, analistas y políticos que ya han bautizado a su todavía nonato mandato como la era del populismo. Lo cierto es que especular con lo que realmente será su Presidencia es eso: pura conjetura. Pero no es menos real que su llegada coincide en tiempo y forma con el auge de líderes y partidos en todo el mundo que ofrecen soluciones simplistas a los problemas que más preocupan a la clase media de cualquier país. Son los casos de Podemos en España, el Frente Nacional en Francia, el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte en Italia, Alternativa por Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, Demócratas de Suecia y un largo etcétera de formaciones. Se presentan como las únicas capaces de impartir justicia política y social a base de desprestigiar a la clase política de la que ya forman parte, despreciar a los medios de comunicación que ellos mismos intentan manipular y tratar de engatusar a los ciudadanos con promesas utópicas. Es el legado que nos deja un convulso 2016 que se irá concretando en el año que está a punto de comenzar.