Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli
La ignorancia se ha convertido en un pasaporte prometedor para entrar en política
Bien se sabe que el «trumpantojo» es la trampa que permite engañar al desavisado haciéndole ver lo que no existe. Viene del «trompe-l´oeil » francés porque los franceses son dados, desde Baudelaire para acá, a ver «en el fondo de un teatro banal … un fuego alumbrar un cielo infernal» y así, puestos en este derrame lírico, son capaces de otros desvaríos de la lengua y de la óptica.
En América creyeron que elegían hace unos meses a un presidente, que en aquel país, y en la antigüedad, solía ser un señor minucioso, por eso empezaron con el general Washington y, después, con John Adams y con Jefferson, todos recubiertos de lecturas, con saberes consolidados como los trienios, plenos de buenos sentimientos, ahítos de patria y colmados de escrúpulos religiosos.
Hoy, no hay correspondencia alguna con aquellos próceres grandes, sobrios e ilustrados. Es decir, los actuales americanos han incurrido en un «trumpantojo».
La razón de que este señor bermejo haya llegado a la altura del vedetismo internacional es que cultiva una ignorancia universal, una incultura destructiva y hambrienta, y todo ello bajo la confusión que proyectan sus cejas
Porque ignoraban que caían en la trampa urdida por un fanático, un tarambana que vociferaba en los mítines, como un estrangulador de las buenas maneras, mentiras como carcomas y carcomas como mentiras.
Encima, ha llamado a la jornada de su entronización, «día de liberación». Ocurrencia que me hizo recordar el chiste aquel que se contaba en la postguerra española: el arzobispo que visita un presidio de republicanos bien relleno y cuando se le ocurre preguntar a uno de ellos desde cuándo se encontraba en aquel establecimiento, oyó al rojo decir:
– Desde que nos liberaron, Ilustrísima.
Pues bien, la razón de que este señor bermejo haya llegado a la altura del vedetismo internacional es que cultiva una ignorancia universal, una incultura destructiva y hambrienta, y todo ello bajo la confusión que proyectan sus cejas que son como un balcón desde el que vocea las picardías de un golfales.
Porque es el caso que la ignorancia se ha convertido en un pasaporte prometedor para entrar en política. Tiene casi tanto prestigio como el plagio de una tesis doctoral, de manera que se discute cuál es prevalente. Abordaremos esta cuestión otro día porque es ardua y espinosa.
Hoy se impone constatar que el caso de España es bien elocuente. En nuestra nación plurinacional, para ocupar un cargo en el organigrama oficial, ese árbol barroco del que cuelgan sinecuras como higos de una higuera bien nutrida, es necesario acreditar una inconsistencia sólida, castiza y desarbolada. Si está garantizada por la ANECA, miel sobre hojuelas.
En cuanto un baranda descubre que alguien sabe algo del oficio que lleva entre manos, en una empresa pública, en un organismo autonomo, en una vicepresidencia o en una asesoría, ya puede palidecer
El problema es que tal desaseo intelectual no es fácil conservarlo y, si se pierde, adiós momio. Por eso vemos a los ventajistas de BOE exhibir con descaro su desdén hacia un libro y su entusiasmo por el argumentario. Lo consiguen a base de trabucar el lenguaje, de tratar a la gramática como a un balón y a la sintaxis como mercancía de rebajas.
Y es que el peligro no puede desconocerse: en cuanto un baranda descubre que alguien sabe algo del oficio que lleva entre manos, en una empresa pública, en un organismo autonomo, en una vicepresidencia o en una asesoría, ya puede palidecer porque, sin audiencia de parte, será expulsado a las tinieblas do habita el diablo rodeado de ese fino tormento que es la vida extramuros de la nómina. Mucho peor que el fuego, la caldera, los gritos y las palizas del Averno.
Las consignas parecen ser: ¡Vivamos del «trumpantojo»! ¡Vivamos de la ignorancia que es vida, sueldo y pecunio!
Y gritemos todos a una: Bendita ignorancia ¿por qué no te llaman Bienestar?