ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 18/10/15
· Mi liberada: Te distinguí el jueves entre la turba. Fue sencillo. No eráis muchos y siempre has sabido colocarte en el tiro de la vida. Uno de tus peores amigos me escribió al verte: «Quieren ser la Primavera de Praga o Tiananmén, pero es todo tan chusco, tan sin épica, tan sin enemigo siquiera, por incomparecencia… Por no tener no tienen ni la cursilería helvética cuando vota sobre temas de reciclaje». Chusco y decepcionante. Uno subía los ojos interesado por vuestros brazos erguidos a la romana, flamenquines, y al final se encontraba con un iPhone. Y esos cuatro dedos abiertos: no solo disputan a los helvéticos el monopolio de la cursilería sino que reflejan el origen deportivo de vuestra hinchazón: una manita y ni siquiera de cinco, mi amputada.
Te confesaré que tardé en darle crédito a la principal de vuestras marrullerías, ese aprovechamiento insidioso y biliar de la coincidencia horaria de Mas y Companys. Cuando se propagó la casualidad me pregunté si seríais capaces, mientras sacudía la cabeza como en las novelas y en el divertido prontuario de Luis Magrinyà. Pero fuisteis capaces. Habría sido esperar mucho y vanamente de la inédita nobleza de Mas que pidiese al tribunal el cambio de fechas. Pero sin exigirle imposibles, y aunque solo fuese por estética, pudo haber distanciado en el tiempo la ofrenda floral de la declaración. Por el contrario, hizo lo mismo que tú: sin solución de continuidad marchó del cementerio al juzgado en comitiva moral.
Companys no es buena compañía. Las analogías con su fusilamiento son una operación del mismo y arriesgado orden de comparar la Generalidad de Mas con el III Reich, eso que os pone histéricos hasta el punto de no poder distinguir entre una semejanza de relaciones y una relación de semejanza (Ovejero, copyright). Pero aún peor es establecer las analogías con la obra de gobierno. Al igual que Mas, Companys fue un aventurero y un político fracasado, y un especialista en fracturar la sociedad catalana. Pero alto ahí: las fracturas de Companys se resolvieron con el asesinato de varios miles de catalanes y las manos de Mas solo tienen un poco de luto de Liechtenstein en las uñas. O sea que, realmente, liberada, tenéis el gusto analógico allá donde se indica.
Sin embargo, la putrefacta ceremonia no debe arrinconar la gran metáfora que surgió de la declaración del presidente, respetuosa y hasta un punto temblorosa, propia de un hombre que vive con un pie a cada lado de la calle, y que no incluyó la insinuación de desacatamiento que supuró luego ante los periodistas. De la metáfora ha dado cuenta mejor que nadie La Vanguardia y este titular: «El president recuerda al juez la inacción del Estado». Y así describía la inacción el cronista Santiago Tarín:
«Sin embargo, quiso dejar constancia que la Abogacía del Estado pidió al TC que se manifestara, y esta omisión del Constitucional, era, a su entender, muy meditada. Para reforzar su argumento de la inacción del Estado ante la consulta, añadió que días antes se produjeron dos declaraciones públicas: el día 7, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, aseguró que no prohibiría la expresión popular; y el 8, Mariano Rajoy menospreció la convocatoria. Para concluir esta tesis, Artur Mas dijo que podrían haber suspendido las votaciones hasta el mismo día 9, pero aseguró que estaba muy expectante ante lo que decían ‘otras autoridades’, entre otras cosas porque ya había denuncias de particulares en los juzgados. Ni siquiera el TC recurrió a la jurisdicción ordinaria para que ejecutara su resolución. Ante esta situación, agregó Mas, era imposible pretender que el promotor político de la iniciativa la suspendiera».
Si Mas fuera un hombre gracioso, le podría haber dicho al juez: «Yo solo hice una patochada, señor, ni siquiera una pantomima como con tanta fina generosidad dijo el presidente del Gobierno». Como argumento jurídico es débil, porque bien que hinchó su pecho la misma mañana del auto: «Que me miren a mí. Yo soy el responsable de todo esto», y para una patochada no se moviliza al Gobierno y sobre todo a aquella señora de Unió que contaba las papeletas de la rifa, ni da valor político, en fin, al resultado de la patochada. Mas padece el mismo mal que el presidente Rajoy, aquel que envió al fiscal general del Estado a querellarse contra un pantomimo. Dos anacolutos políticos, aunque ésa sea la única equiparación moral y políticamente aceptable.
A pesar de su dudosísimo valor jurídico la relación de Mas ante el juez es políticamente demoledora, porque refleja la incompetencia con la que el Gobierno Rajoy manejó este asunto. Cualquier reproche a Catalá estará justificado. Antes y durante el 9 de noviembre su actuación fue un modelo de bisoñez política y de vacío estratégico. Pero Catalá llegó al Ministerio 40 días antes del 9-N y eso puede ser un atenuante. Tiene interés preguntarse por qué llegó. O lo que es lo mismo: por qué Rajoy permitió que Ruiz Gallardón dejara el Ministerio en coyuntura semejante y por qué Ruiz Gallardón aceptó dejarlo. La respuesta a las dos preguntas es la misma: Rajoy estaba convencido de que no habría consulta. Su única preocupación había sido la de asegurarse de que el Tribunal Constitucional suspendería los preparativos de Mas.
Tal convencimiento provenía de Pedro Arriola, algo así como la fontana de oro de la política popular. Arriola mantenía una estrecha relación con Joan Rigol, el presidente del Pacte nacional pel dret a decidir, y éste le había asegurado que si el Constitucional la suspendía no habría consulta. Es irrelevante señalar quién engañó a quién. Arriola siempre ha sido más un error que un engaño y Rigol sigue profesando mucho temor de dios y del nefando pecado de la mentira. Ni siquiera puede señalarse a Mas. Es probable que fueran las engañosas circunstancias las responsables.
Y que el desleal se decidiera a convocar la consulta en vista de la debilidad que iba mostrando la vacilación del Estado. La debilidad que Mas pretende ahora que le proteja de la acción punitiva del Estado. La debilidad que es el principal lastre del Gobierno y que le ha obligado ahora, tardíamente, a introducir en el debate la hipótesis de la suspensión de la autonomía.
Pero tú levanta los cuatro deditos, liberada.
Y sigue ciega tu camino.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 18/10/15