Isidoro Tapia-El Confidencial
Hay dos piezas cuya ausencia es clamorosa en los planes del coronavirus en España: turismo y colegios. No es exagerado decir que en ambas nos jugamos gran parte de nuestro futuro
Hay dos piezas cuya ausencia es clamorosa en los planes de salida de la crisis del coronavirus en España: turismo y colegios. No es exagerado decir que en ambas nos jugamos gran parte de nuestro futuro. El más inmediato, el sector turístico, la principal fuente de renta y empleo en nuestro país. A medio y largo plazo, la educación, la palanca que nivela las desigualdades o las multiplica. Repasemos ambas.
El sector turístico representa el 11,7% del PIB español (según Exceltur), y casi el 13% del empleo, con más de 2,5 millones de trabajadores. Se trata solo del efecto directo: su elevada interdependencia con otras actividades económicas, multiplica su importancia. Y se trata de una media a nivel nacional: en Baleares, por ejemplo, el peso en el PIB es del 45% (32% en el empleo), en Canarias, del 35% (40% del empleo). Nos puede gustar más o menos que el turismo sea la principal industria española, como nos puede resultar injusta la imagen que nos devuelve el espejo cuando nos miramos, pero es nuestra riqueza. Si hubiésemos nacido en Noruega, sería el petróleo (el 20% del PIB del país nórdico); si hubiésemos nacido en Chile, seríamos ricos en cobre. En España, tenemos sol, buen tiempo, excelentes playas y mejores paisajes.
En realidad, la visión de que existen actividades económicas de ‘bajo valor añadido’ o de ‘alto valor añadido’ es tan antigua como dudosa: el valor que el turismo añade a la economía depende del precio de los establecimientos y del salario que paga a los empleados y a otros ‘inputs’ productivos; hay turismo de alto valor añadido, y también bajo; la extracción de cobre, o la minería en general, suele tener márgenes muy altos. La producción de petróleo puede tener un valor añadido muy bajo o muy alto, según sea la profundidad a la que se explore. No estoy seguro de que los partidarios de las actividades de ‘alto valor añadido’ eligiesen en esta breve lista las actividades con la mayor plusvalía.
Los países de nuestro entorno, en mitad de la que seguramente se convierta en la peor crisis económica en el último siglo, se han puesto manos a la obra para proteger sus industrias nacionales. La Comisión Europea ha hecho públicas las ayudas de Estado aprobadas durante la crisis: Alemania, con cerca de 100.000 millones de euros inyectados, encabezaba la lista (más del 50%), seguida por Francia (33.000 millones, el 17%) e Italia (30.000 millones, el 15%). España ni aparece.
Alguien podría decir que la diferencia estriba en la desahogada situación fiscal alemana, aunque es algo menor en el caso de Francia. Así que echemos la vista sobre Italia, donde el turismo tiene un peso parecido al de nuestro país (el 14% del PIB y el 15% del empleo). Las autoridades italianas acaban de aprobar un bono vacacional de hasta 500 euros para las familias, a gastar durante las vacaciones en establecimientos del país, con la idea de relanzar la economía y paliar la inevitable reducción de turistas de otros países. Las autoridades italianas, con una curva de contagios muy parecida a la española (también concentrada en algunos focos), permiten ya la libertad de movimientos en todo el país, y a principios de junio reabrirán las fronteras sin imponer medidas de cuarentena a los visitantes de otros países. Una medida lógica teniendo en cuenta que casi todos los países del entorno presentan peores números que Italia: es mucho menos probable que alguien procedente de Francia, Alemania o Suiza porte el virus a que lo haga un italiano.
En España, desconocemos si existe algún plan del Gobierno para relanzar el turismo, la principal industria del país, durante los próximos meses. Lo que sí sabemos, en cambio, es que se están dando todos los pasos que daría alguien empeñado en sabotearlo. Se acaba de imponer una cuarentena a todos los visitantes procedentes de otros países de la UE: entró en vigor exactamente el 15 de mayo. Desconocemos por qué no fue necesaria durante lo peor de la crisis, y por qué lo es ahora. Tal vez la explicación se encuentre en algún informe desconocido de algún ignoto experto. Lo que es más fácil de calibrar son sus efectos sobre cualquier turista que esté valorando ahora mismo visitar España: seguramente no le apetezca pasar sus 14 días de vacaciones confinado en una habitación de hotel, sobre todo cuando el resto de países están levantando ahora mismo estas restricciones, en lugar de imponerlas.
Algo parecido ocurre con el sistema educativo. Alemania, Dinamarca, Francia u Holanda han acordado ya la reapertura de los colegios. Es difícil exagerar los efectos que puede tener un cierre indefinido de los colegios: en primer lugar, sobre la educación de los niños. Lo más probable es que las diferencias en la calidad de la enseñanza se hayan multiplicado durante el confinamiento. Mientras los colegios más selectos tienen acceso a todos los medios para dar una formación a distancia de calidad, aquellos con menores recursos (o aquellos en los que la población escolar todavía sufre una importante brecha digital) estarán teniendo muchas dificultades para prestarla. Es probable, también, que sean precisamente estos niños a los que sus padres puedan prestarles menos atención, al tener ocupaciones presenciales que no admiten el teletrabajo. El sistema educativo estaría actuando precisamente al contrario de un nivelador: estaría ensanchando la distancia entre los privilegiados y los más desfavorecidos. Tal vez sea solo una situación coyuntural, de apenas unos meses. Pero a poco que haya un rebrote el próximo otoño, es probable que nos vayamos a casi dos cursos escolares en blanco.
Hay otros muchos efectos inducidos por el cierre escolar: se ve afectados la socialización de los niños con sus compañeros (mucho más importante que la materia de las propias asignaturas), la alimentación, el sistema inmunológico (deprimido abruptamente durante varios meses) o la conciliación de muchos padres que difícilmente podrán reincorporarse a sus puestos de trabajo con los niños en casa. Es difícil entender por qué el Gobierno no ha convertido la reapertura de los colegios en una prioridad. Sin duda, nuestro sistema de reparto competencial es un motivo. Pero para eso precisamente está (o debería estar) el estado de alarma, más que para dictar prolijas normas sobre los ‘runners’.
En otros países se han adoptado varias medidas: test masivos a alumnos y profesores, reapertura inmediata bajo protocolos de distanciamiento físico, la contratación temporal de profesores para duplicar los horarios (reduciendo a la mitad las clases), la utilización de los centros de secundaria u otras instalaciones durante las mañanas para alojar a los más pequeños, moviendo las clases de secundaria a las tardes. Lo que sea, pero con una prioridad inmediata: la reapertura de los centros.
Dentro de varios años, cuando lo peor de esta crisis haya pasado, además del inmenso dolor humano por la pérdida de los más cercanos, tendremos varios desgarros en la sociedad, que seguramente nunca deberíamos haber tenido. La pasividad para proteger la industria turística y reabrir los colegios tendrá gran culpa de ello. No lo digo yo: lo dice el ‘capitán a posteriori’, que ha viajado desde el futuro.