Antonio Rivera-El Correo

Ha llegado julio y abren las piscinas. Tienes que pedir vez de víspera. Si al día siguiente sale nublado o aguacero, se siente. La nueva normalidad ha proscrito la improvisación, la apetencia puntual, el dejarse llevar por el instante. Si antes todo tenía un contexto, ahora todo tiene un previo. Lo aleatorio de la realidad se sustituye por la previsión, en evitación de situaciones favorables para la pandemia.

Pero resulta un sindiós para la política. Desde que la de notables dio paso a la de masas, esta se caracterizó por su espontaneidad, su pasión y, sobre todo, por el calor que proporciona la muchedumbre, su cercanía y todas sus expresiones, del olor al color, pasando por el ruido y la efusión. Luego, los grandes actos quedaron para los finales de campaña y para las formaciones pasionales, normalmente ultras. Pero lo de ahora, con esos mítines en que hay que pedir vez, donde es imposible que se asome un ciudadano que no tenga que ver con la marca, resulta patético. No hay ni olor ni color ni sabor, el silencio es apabullante, la concentración del orador imposible, el entusiasmo impostado y aquel de la esquina que no aplaudió será reprendido. Se nota hasta en las escenografías televisivas, donde ya sabíamos que todo era de cartón piedra y figurantes.

La elección se va a resentir. Van a votar solo los muy cafeteros, los que venían con ideas preconcebidas y esos que les tienen tanta inquina a otros que no se pueden permitir faltar. El ciudadano convencional tendrá que hacer un esfuerzo épico para animarse a acudir, más cuando el circo electoral es incapaz de recrear así el escenario de la pasión, incluso de la falsa. Aún más: los que se preguntaban si de esta saldremos mejores o peores lo deberán dejar para después y para manifestaciones diferentes de una votación. En estas lides cada cual se ratifica en sus convicciones previas a la pandemia, no porque la campaña no le va a cambiar, sino porque los cien días de reclusión los interpretó todos desde el prisma inicial.

De manera que, más que nunca, el resultado depende en buena medida de los ausentes: de los que van de todas todas, pase lo que pase y cueste lo que cueste, con pinzas en la nariz y mascarilla en la boca, pero, sobre todo, del trozo que le toque a cada opción electoral de entre la mayoría que no se va a ver concernida en esta llamada. Ni por el ambiente, ni por las proclamas, ni por el entusiasmo, ni por las propuestas y soluciones, ni por las personas que las representan.