Turquía, sin freno hacia un ‘sultanato’ aún más autoritario

EL MUNDO 17/04/17
EDITORIAL

CASI un siglo después de la caída del sultanato otomano, Turquía se echa en brazos de un régimen con demasiadas semejanzas. Porque el ajustado triunfo ayer en referéndum de la polémica reforma de la Constitución va a suponer pasar de un sistema parlamentario homologable al de las democracias occidentales a uno más que presidencial, de corte personalista. Las enmiendas permitirán, en la práctica, que Erdogan pueda seguir gobernando con poderes casi absolutos, sin apenas tener que rendir cuentas.

El presidente turco asumirá el poder ejecutivo, suprimiéndose la figura del primer ministro. Y tendrá veda para gobernar a base de decretos. Elegirá a un tercio de los miembros del Poder Judicial, lo que aumentará su ya alta politización. Y contará con otros importantes instrumentos, como la facultad para suspender en cualquier momento la legislatura –muy eficaz si en algún momento los partidos opositores tienen mayoría–.

Las reformas son tan inquietantes como cuestionables. Pero, en realidad, Erdogan no hace sino usar las urnas como coartada para dotar de barniz democrático a la deriva autoritaria en la que ya se había instalado. Porque sin cambiar la Carta Magna, lleva mucho tiempo actuando casi como un autócrata, retorciendo a su gusto todos los resortes institucionales. Algo agravado todavía más desde el fallido golpe de Estado de agosto. Tras aquel episodio, el país se encuentra bajo un estado de emergencia que le ha valido al régimen para lanzar su mayor campaña de represión contra toda clase de movimientos opositores y perpetrar una masiva purga que ha afectado a decenas de miles de funcionarios públicos y miembros del ejército. En paralelo, se pisotean sistemáticamente libertades como la de expresión, con todos los medios críticos en el punto de mira.

Lo que está ocurriendo en Turquía es muy preocupante. Estamos hablando de una gran potencia en Oriente Próximo, la zona más caliente del globo, indudablemente clave en la estabilidad regional. Y, no lo olvidemos, miembro de la OTAN. Durante mucho tiempo, fue ejemplo de país de mayoría musulmana comprometido con la democracia y los avances sociales. Pero todo se ha ido torciendo paulatinamente con la irrupción de la doctrina neotomana del gubernamental Partido Justicia y Desarrollo –el del propio Erdogan–, que ha apostado por una reislamización de Turquía. Se ha acabado así con décadas del sistema sustentado en los principios laicos que promulgó el padre de la República, Atatürk.

Ankara está cada vez más lejos de Occidente. Y desde luego de la Unión Europea, con la que las relaciones se han deteriorado gravísimamente. Ya nadie piensa seriamente en la posibilidad de que Turquía prosiga con el proceso de adhesión a la UE iniciado hace más de una década. Algo que tras este referéndum se aleja todavía más. Aunque Ankara sigue teniendo la sartén por el mango en la relación bilateral con Bruselas en una cuestión tan espinosa como los flujos migratorios. De ahí que Europa tienda a mirar hacia otro lado ante la violación de los derechos humanos en suelo turco. Con todo, el mayor problema ahora mismo Erdogan lo tiene en su propio país. Porque aunque vaya a acumular un poder casi ilimitado, el resultado tan ajustado demuestra la gran polarización social existente. Eso es una bomba de relojería.