Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 23/6/11
No por repetido el espectáculo deja de ser menos ignominioso: el terrorista que entra en la sala donde va a ser juzgado por sus crímenes haciendo alarde de la impune chulería ante la claque de colegas y cómplices mientras policías y jueces se limitan a torcer el gesto en señal inconfundible de acobardamiento e impotencia. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar los españoles ese denigrante espectáculo? ¿No tiene la justicia medios para colocar al criminal en su sitio¿¡? ¿No cuenta la policía con grilletes para al menos evitar la obscenidad de los gestos de victoria con los que se pavonea el terrorista de turno? ¿A qué grado de culpable dejación no habremos llegado cuando el orden natural de las cosas en la comunidad democrática se va alterado de manera tan insoportablemente grafica? ¿Dónde están las medidas correctivas que debieran acordar el gobierno de los jueces, el Ministro de Justicia, el Ministro del Interior, el mismo Presidente del Gobierno? ¿Es esta la España que nos dejan los años de ignominia gobernados por el ya casi innombrable Zapatero?
Claro que no mucho más cabe esperar de los que han posibilitado que ETA se apodere de nuevo de las instituciones a través de Bildu, su enésima y transparente encarnación. ¿O es ya que no queremos acordarnos? Cuando el PNV, con su acostumbrada y cazurra doblez echó mano de su “alma” secesionista para amenazar al inane Zapatero con todos los males de la insuficiencia parlamentaria tras la decisión del Tribunal Supremo de declarar Bildu ilegal, fue el propio inquilino de la Moncloa el que tuvo el indecoroso gesto de tranquilizar al montaraz Urkullu con la garantía de que “aun quedaba el Constitucional”. Y el del PNV presumió por esos días de haber hecho cosas y mantenido conversaciones -se entiende que para permitir que Bildu entrara en la contienda electoral y con el Presidente del Gobierno- que por vergüenza no se atrevía a detallar. ¿Con qué cara puede Pascual Sala, el desprestigiado Presidente del no menos desprestigiado tribunal, pretender, con un mohín, que le pone la “carne de gallina” la mera presunción de parcialidad en las decisiones de la institución cuando el jefe del Ejecutivo ha tenido la previa desfachatez de indicarle lo que de él y de sus colegas se esperaba? ¿O es que es España un conjunto de 48 millones de imbéciles?
Los palmeros habituales, léase nacionalistas vascos y socialistas versión Patxi López, con la inapreciable compañía del gran muñidor Rubalcaba, han jugado el misérrimo papel del aprendiz de brujo, con aquello de que Bildu ya se había instalado “en un escenario de ausencia de violencia”, y que había que dar “una oportunidad a la paz”, que ETA “estaba acabada” y que era urgente “normalizar” la vida política vasca. Creían con ello los profetas que el discurso les acabaría por reportar algún voto que otro de la familia etarra mientras sacrificaban a la incontenible corrección política sin percatarse que tanta normalidad y tanta paz y tanta ausencia de violencia y tanto bautizar a Bildu con el agua sagrada del Bidasoa o del Nervión —o como ahora lo llamen- se iba a convertir en “tsunami” electoral avasallador. El llanto y crujir de dientes se reparte de manera diversa. López, que ha presidido la mayor debacle electoral del PSE en memoria reciente, ha descubierto ahora las insuficiencias democráticas de Bildu mientras que el PNV, gravemente humillado en sus propios feudos, se consuela pensando que al fin y al cabo todos son nacionalistas y en algún momento se encontrarán en esa de la reclamación de la independencia. Y si no que se lo pregunten al Ayuntamiento de San Sebastián y a la Diputación de Guipúzcoa. No es aventurado presumir que los dos grandes derrotados en el evento -el nacionalista Egibar y el socialista Eguiguren- en el fondo, y por eso no dimiten, como sería su obligación democrática, se tienen por los grandes triunfadores de la ocasión. Cuyo resultado se traduce en un inevitable balance: más nacionalismo irrendentista y anticonstitucional. Y, aunque nadie se atreva a decirlo, mas ETA. Porque si antes de las elecciones del 22 de mayo la banda terrorista no había encontrado razones para anunciar su disolución, a pesar de su evidente debilidad, ahora menos que nunca tendrá razones para hacerlo. No hace falta saber trigonometría para comprenderlo.
A pesar del corto tiempo transcurrido, ocasión hemos tenido ya de comprobar las intenciones de los “bildutarras”: intimidación, agresividad, intolerancia, inseguridad, cainismo. Las esperanzas alimentadas por la progresiva reducción de ETA a un estado latente próximo a la extinción no sólo no han desaparecido sino que, sin exageración, se puede certificar un retroceso brutal, de decenios, en la verdadera y única posibilidad que el País Vasco tiene para desarrollar sus potencialidades, en el seno de una España constitucional, unida y diversa. Pero, reconozcámoslo, este es el tiempo de la tribulación y de las escasas certidumbres: la solidez heroica del antiguo y nuevo liberalismo vasco —hoy en exclusiva residenciado en el Partido Popular y en las cortas huestes de Rosa Diez- y el albur de que el socialismo vasco retorne de nuevo a las filas del “prietismo” españolista que en su momento supo encarnar Nicolás Redondo Terreros. Que nadie se equivoque: temprano es para certificar la defunción de España. Pero un poco más y el zapaterismo conseguirá dejarla en estado comatoso.
Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 23/6/11