Última frontera

KEPA AULESTIA, EL CORREO 23/03/13

· La izquierda abertzale ha sufrido dos derrotas consecutivas por su flanco más sensible: la justificación de su pasado.

La propuesta de EH Bildu para que el Parlamento vasco celebrase un pleno monográfico sobre «los pasos que se deben dar para la resolución del conflicto político» dio ayer lugar a la aprobación de seis resoluciones: dos de las nueve presentadas por UPyD, las tres menos genuinas de las diez de EH Bildu y la extensa declaración suscrita por PNV, PSE-EE y PP restableciendo el ‘suelo ético’ que acordaron en la anterior legislatura. La pasada semana unas palabras inadmisibles de Laura Mintegi condujeron a que la presidenta del Parlamento pospusiera la constitución de la ponencia de paz y convivencia, que los promotores de Sortu parecían haber convertido en objetivo táctico.

Hace no tanto tiempo, la izquierda abertzale convertía cada iniciativa suya en exitosa imposición de su agenda o de sus lugares comunes sobre el conflicto y la negociación solo con el mero hecho de pronunciarse. Tampoco necesitaba ganar ninguna votación. Hoy, la insistencia en sus pronunciamientos no le es suficiente para salir victoriosa de una sesión parlamentaria o de un debate público: ahora necesita arrastrar tras de sí a los demás. Antes, Batasuna o sus herederos vencían aun quedándose solos, sencillamente porque les era suficiente con mantener cohesionada y activa a su gente, y con alimentar un estado de opinión que trascendía sus límites electorales. Hoy no les basta eso y la izquierda abertzale ha sufrido, en el plazo de una semana, dos derrotas consecutivas por su flanco más sensible: la sublimación del conflicto y la justificación de su pasado. Una consecuencia imprevista de la normalización.

La cultura activista en la que enraíza la izquierda abertzale da por supuesto que toda actuación es rentable, porque confiere notoriedad a quien la protagoniza, permite soslayar debates que introduzcan dudas inconvenientes y aporta a los integrantes del grupo su verdadero sentido de pertenencia. Es más que probable que Sortu no esté en condiciones de reflexionar, siquiera en términos de utilidad, sobre los objetivos que EH Bildu perseguía con la convocatoria del pleno monográfico de ayer y sus efectos reales. Ni qué decir tiene que EA, Aralar y Alternatiba tampoco serán los portadores de las malas noticias en el seno de la coalición.

Pero del mismo modo que el activismo de la izquierda abertzale acabó renunciando a las armas no por razones éticas sino de eficacia, es lógico pensar que a base de darse de bruces con la postura de los demás –es decir, de la inmensa mayoría– se avenga, primero, a economizar más su insistencia y, después, a modular el contenido de sus propuestas y de su discurso para evitar que generen el efecto contrario al pretendido.

Aunque quizá los promotores del pleno de ayer no albergaran ninguna intención precisa, aparte de la instintiva búsqueda de un éxito que ya no se alcanza solo con no darse por vencido. Es lo que sugiere la lectura de sus diez propuestas de resolución. La izquierda abertzale ha llegado al límite de consignar en los estatutos de Sortu el desamarre respecto a ETA, pero no es capaz de culminar su emancipación política juzgando críticamente el pasado terrorista sin apaños de justificación. No lo es porque no puede garantizar el final de la banda y porque tampoco quiere desprenderse del discurso sobre un conflicto que hasta una determinada fecha tuvo que ser armado y desde entonces espera la liturgia del desarme.

La izquierda abertzale está cautiva de su pasado y, a la vez, lo necesita para dar testimonio de autenticidad. Se ve lastrada por lo injustificable y, a la vez, necesita mantenerse fiel al unanimismo etarra. No merece la pena especular sobre las razones que han llevado a EA, Aralar y Alternatiba a empotrarse en una trayectoria que no es la suya.

Claro que hasta hace poco los herederos de Batasuna obtenían réditos de la dicotomía que ETA alimentó en sus ‘zutabes’, dibujando un país dividido entre quienes deseaban superar el conflicto y quienes se empeñaban en perpetuarlo. Es el argumento matriz del que surge la versión de las «víctimas evitables» de Laura Mintegi. El resabio inercial que llevó ayer al portavoz de EH Bildu, Julen Arzuaga, a predicar a los demás que hay que «pasar del discurso del conflicto al discurso de la resolución». Pero semejante extorsión moral no sirve ya, una vez demostrado que las armas pueden callar sin nada a cambio.

Posiblemente, el pleno de ayer no fue una lección definitiva para una izquierda abertzale que busca en la tenacidad su rasgo distintivo. Pero su desarrollo debe ser aleccionador para que los integrantes de la mayoría democrática que se visualizó en la Cámara vasca –y en especial el PNV y el PSEEE– sitúen la ‘última frontera’ de su empeño normalizador en la confrontación ética e ideológica con la izquierda abertzale. El cruce de votaciones de ayer situó a EH Bildu al margen de la centralidad parlamentaria. Pero también reflejó la persistencia de reservas mentales a la hora de evitar calificativos sobre el pasado que pudieran dificultar la conexión con quienes nunca condenarán el terror. Sería penoso que la ‘última frontera’ de la normalización se librase, por ejemplo, entre la incineradora y el ‘puerta a puerta’.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 23/03/13