Resulta imposible conciliar la satisfacción mostrada por el Gobierno y el PSOE ante el veredicto del Constitucional con el disgusto manifestado por la Generalitat y el PSC. Lo que convierte el escrutinio electoral de las autonómicas catalanas en una espada de Damocles sobre la suerte del socialismo español.
El debate sobre el estado de la nación se anuncia todos los años como un duelo entre los principales líderes políticos aunque, a pesar del dramatismo con el que se presenta, de él salen siempre todos vivos. Incluso salen más o menos como entraron. La sesión que comienza hoy evocará muy probablemente la que el pasado 26 de mayo vivió el Congreso con motivo de la aprobación de las medidas de ajuste. Pero el momento en que se produce la liturgia este año no es tan neutro como el de otros debates análogos. La negación de la crisis, la tardía y dubitativa respuesta inicial y los drásticos recortes posteriores han afectado muy seriamente al crédito político de Rodríguez Zapatero. Las encuestas han desecho el empate infinito entre populares y socialistas para conceder una clara ventaja a las aspiraciones de Rajoy. Además, la sentencia del Estatut ha avivado los recelos sobre la alegría o la farsa que el presidente encarnó cuando animó a que los catalanes echasen a rodar la bola. Nos encontramos a un año vista de los comicios locales y autonómicos, y a pocos meses de las elecciones catalanas, de modo que aunque la partida del Congreso quedase en tablas sus efectos no serán inocuos para lo que resta de legislatura. Esta vez un debate que pueda percibirse igualado concederá ventaja a Rajoy.
Éste volverá a acusar a Rodríguez Zapatero y a su gobierno de ser el principal problema para que la economía española alce el vuelo. Más difícil le resultará demostrar que él y su partido son la solución. El descrédito que la crisis ha supuesto para los gobernantes se convierte en descreimiento hacia el conjunto de la clase política. Si el PP se encuentra al alza no es tanto porque la ciudadanía vea en él una alternativa fiable para dar inicio a la recuperación y a la creación de empleo, sino porque se ha cansado de Zapatero. Un cansancio del que no logrará zafarse apelando al esfuerzo compartido. Ni siquiera el reproche a los populares por no presentar fórmulas alternativas a las que auspicia el Gobierno contiene la marea. Para Rodríguez Zapatero la sesión parlamentaria de hoy representa una última oportunidad de recuperar la confianza de los suyos, de quienes han venido votando socialista. Mientras que para Rajoy el reto es afianzar a su partido claramente por delante de las expectativas socialistas. Aunque, visto desde otra perspectiva, cabe pensar que Zapatero tiene qué ganar en el debate, mientras Rajoy tiene qué perder.
Los encuentros parlamentarios, y en especial éste del estado de la nación, suscitan una viva expectación entre los integrantes del extenso banquillo que componen los militantes y afiliados de cada formación. Estos, comenzando por los escaños de los distintos grupos de la Cámara, esperan que las frases pronunciadas por quien les representa en la tribuna de oradores contribuyan a elevar el estado de ánimo partidario con una oratoria envolvente y con su capacidad para esquivar los golpes del adversario y devolvérselos de manera más certera. Pero junto al fervor de los entusiastas se dan cita las dudas, el escepticismo e incluso el desdén íntimo que la militancia siente respecto a las aptitudes del líder propio, aunque se desprecie al ajeno. Esta vez Zapatero, más que Rajoy, se somete a la dura prueba de convencer a esos círculos concéntricos que componen su partido. Es cierto que acude a librar el pulso parlamentario sin que junto al descrédito cosechado haya aflorado una contestación expresa hacia su liderazgo en el seno del PSOE. Pero los aplausos que provoque en el hemiciclo pueden resultar engañosos. En realidad Zapatero sabe que el cierre de filas en torno a él constituye un movimiento obligado para los dirigentes socialistas de los primeros niveles. No sólo porque su futuro inmediato depende de la capacidad de aguante que demuestre el presidente para tratar de minimizar la magnitud de una probable derrota final. También porque el sacrificio personal de Zapatero permite al resto de dirigentes guarecerse tras su figura sin riesgo de quemarse antes de tiempo.
Mientras tanto, sólo las consecuencias políticas de la sentencia del TC sobre el Estatut podrían desestabilizar al socialismo. Resulta imposible conciliar la satisfacción mostrada por el Gobierno y el PSOE ante el veredicto del Constitucional con el disgusto manifestado por la Generalitat y el PSC. Lo que convierte el escrutinio electoral de las autonómicas catalanas en una espada de Damocles sobre la suerte del socialismo español. Los socialistas catalanes no parecen dispuestos a asumir una debacle que les arrastre a la periferia del poder institucional en Cataluña, y ese eventual corrimiento de tierras acercaría al PP a la mayoría absoluta; lo cual entrañaría una cruel paradoja para los promotores del Estatut recurrido por los populares. Como paradójico es que en el debate sobre el estado de la nación serán CiU, ERC e ICV quienes tendrán voz para reivindicar la manifestación del pasado sábado, mientras Montilla prepara su visita a La Moncloa con la fe de quien está escarmentado de las buenas palabras de Zapatero. En cualquier caso, será interesante baremar los cambios que Durán i Lleida introduzca en su intervención de hoy respecto a su ensalzado discurso del pasado 26 de mayo, cuando se atrevió a dictar a Zapatero una agenda que culminaría con la convocatoria de elecciones anticipadas cuando más interese a los convergentes.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 14/7/2010