IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • ¿No está obligada toda la clase política de este país a pedir perdón a la víctima?

Teresa T. M. ganó el juicio contra el exmarido de Mónica Oltra, pero no ha podido cobrar hasta ahora la indemnización que la sacaría de su situación de absoluta precariedad porque el hombre que abusó de ella se ha dedicado a enlazar recursos ante la Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo que deben seguir su lento curso burocrático. A esas dilaciones se añaden otras entre las que destaca la inspirada por la nula voluntad de desbloquear el pago por parte de la Consejería valenciana de Igualdad y Políticas Inclusivas que hasta su reciente dimisión ha dirigido la propia Oltra. La verdad es que todos los hechos y datos que van saliendo a la luz de este caso resultan atroces.

Son atroces los castigos a los que fue sometida una pobre adolescente, esa habitación en la que la encerraron durante más de un año sin vigilar quién tenía acceso a ella y para qué. Es atroz la impunidad con la que abusó de ella el entonces marido de la entonces vicepresidenta del máximo órgano administrativo de esa comunidad. Es atroz la situación de la víctima teniendo que convivir con un abusador en cuyas manos seguía estando el poder de informar sobre los propios hechos que lo inculpaban. Es atroz que se ignorara la orden judicial de alejamiento y toda esa pesadilla, en fin, que ha durado cuatro años y que excede la tenebrosidad de las novelas de Dickens. La primera pregunta que nos obliga a hacernos este caso es cómo ha podido pasar algo así en una región cuyos dirigentes se vanaglorian con la terminología más rimbombante de sus políticas sociales y en la España de esa Ley de violencia de género que presupone un plus de culpabilidad en el hombre en el instante en que es acusado de maltrato por su pareja. ¿No será que esa ley, además de injusta, es inoperante? ¿No será que aquí sobra ideología, propaganda y grandilocuencia retórica, pero falta efectividad práctica?

Uno no entra en los indicios que han llevado a Oltra a su imputación. Uno simplemente echó de menos en su discurso de dimisión unas palabras de solidaridad con esa chica. Uno echa de menos esas palabras en toda la izquierda de este país y en su estruendoso silencio, que disimula gritando contra no sé qué fascismo. Sobraba la rabia, la mandíbula apretada, la invocación a los ultras en las palabras de Oltra. Y faltaba ese pesar elemental por la tortura que ha sufrido la única y auténtica víctima. Sobran los ministerios, las consejerías y las concejalías de igualdad, los valencianos, las valencianas y los valencianes, los niños, niñas y niñes… ¿No está obligada toda la clase política de este país a pedirle perdón a Teresa T. M. por haberle fallado y a preguntarse qué fisuras tiene el sistema para corregirlas?