Arcadi Espada, arcadiespada.es, 18/6/11
El mantra de la última semana respecto a los indignantes ha sido el salto cualitativo. Hace unos días, lo sabrás, la cuadrilla cercó el Parlamento de Cataluña e insultó y agredió de modo diverso a los diputados. Una conducta similar habían tenido días antes en la comunidad valenciana mientras se constituían el parlamento autonómico y algunos ayuntamientos. La diferencia, para hablar claramente, es que a una parte de la opinión le parecía bien que se insultara y zarandeara a corruptos. ¡La presunción de inocencia, qué presunción! Otra diferencia estuvo en el espectáculo de ineficacia grandilocuente de que dio muestras el gobierno nacionalista, incapaz de organizar por tierra un cinturón de hierro en torno a los diputados. Y obligado, en consecuencia, a hacer un uso pasmoso del helicóptero que nos brindó otra imagen inolvidable de los pujos característicos del gobierno regional. Al indeleble provincianismo catalán solo le faltó que el presidente Artur Mas declarara al caer el crepúsculo: «En las próximas horas puede que tangamos que hacer algún uso legítimo de la fuerza. Pido la comprensión del pueblo de Cataluña». Por un momento creí que el presidente se disponía a invadir L’Alguer. No: solo se trataba de disolver a unos centenares de personas molestas pero desarmadas que se habían apostado al paso de los diputados. Sumada al helicóptero la declaración solemne, solo le faltó añadir God bless Catalonia y partir.
Sin embargo, no son, en realidad, los sucesos de la comunidad valenciana el antecedente más importante de la violencia catalana. El Antecedente es su propio nacimiento. El 15M no ha sido nada más que violencia. La ocupación de Sol fue un acto de violencia y de usurpación, como el resto de las ocupaciones que siguieron. Lo que no implica, naturalmente, que la violencia no tenga grados. La prueba de lo que te digo está en la hemeroteca del 15M. Todo empezó con unas ligeras manifestaciones en varias ciudades de España, que obtuvieron una cobertura discreta. La atención mediática se desencadenó, al día siguiente, con la ocupación de Sol. Un acto violento que, además, tenía para los medios el irresistible encanto de la mímesis: Tahrir, Tahrir, gritaban, rendidos como de costumbre a la inmoralidad de la estética. A partir de ahí cualquier aparición destacada del movimiento en los medios iría prendida a la violencia: de Sol a Plaza de Catalunya, pasando por la del Ayuntamiento de Valencia.
En este caso, sin embargo, no se les puede reprochar a los medios su conocida parcialidad por el ruido y la sangre. El 15M ha sido violencia. ¿Pero es que ha sido algo más que violencia? ¿Es que alguien no tocado por la hipocresía o por la mala conciencia (luego te hablaré de ello) ha podido prestar más de un minuto de atención a la parte académica del movimiento? ¿Es que de Sol o aledaños ha salido algo más que patrañas, lugares comunes o demagogia? ¿Has visto allí algo, siquiera un eslogan pegadizo, una muestra de rabia ingeniosa, una manera de actuar renovadora, un método que superase la caótica y estéril asamblea, un pensamiento de más de 140 caracteres, una conducta que cuando no era el ersatz patético de la vida corriente de los adultos (con sus loterías y sus acosos) fuese algo más que intimidación?
Y a pesar de todo, el 15M ha tenido un gran éxito mediático. Yo mismo llevo escrita una cantidad desorbitada de papeles. Por cierto, cada vez descarto menos que el mejor modo de opinar sobre algunos asuntos no sea el de callarse. Veo dos grandes razones del éxito. La primera es la mala conciencia. Hace un par de años el diputado Torres Mora, antiguo mentor de Zapatero, ideó el llamado «síndrome de la covada». Te pongo su descripción de la práctica: «Una costumbre ancestral por la que, mientras sus mujeres están pariendo, los hombres se comportan como si ellos estuvieran también de parto. Se tumban en la cama, gritan de dolor y, tras el nacimiento, reciben cuidados como si ellos hubieran tenido efectivamente al hijo». Debo advertir que Torres Mora, era el año 2009, pretendía ironizar sobre la actitud de una derecha que iba dando alaridos sobre una crisis aún no del todo descarnada. Pero el diputado permitirá que me apropie de su metáfora y la extienda. El síndrome de la covada es idóneo para la mala conciencia. En la actitud aduladora de buena parte de nuestras élites ante el 15M hay el interés de que sus alaridos sobreactuados tapen los de la parturienta. Son los alaridos del que tiene algo que temer o de que avergonzarse. No es mi caso. Yo no traje la crisis, ni siquiera desde el célebre punto de vista minorista del brazo y la manga.
Hay otra razón. El miedo. Un miedo concreto a las nuevas formas de comunicación. Yo veo ese miedo, concretísimo, desenfrenado, en el consejero Puig cuando no se atreve a desalojar el parque de la Ciudadela. No es un miedo moral. Es el miedo a los teléfonos móviles. El miedo a que lo pasen por el Tube, como sucedió en el desalojo de la plaza de Catalunya. Aunque el miedo de las élites políticas es más difuso y complejo. Afecta al desconocimiento de los nuevos paradigmas informativos, a su funcionamiento y a su potencia. Los políticos halagan hoy a los indignantes como antes halagaban a los periodistas. Si antes temían la Portada hoy temen al Tube y al Trending Topic. Se trata de un temor muy exagerado. Probablemente tan exagerado como lo fue el de la Portada. Los políticos españoles, cuyo conocimiento y práctica de lo digital es muy vago, exageran abultadamente el número de personas realmente comprometidas en la conversación digital. Confunden hombres con replicantes. E ignoran, sobre todo, el peso real de unos fenómenos que están marcados por la fragmentación y la fugacidad propias de la naturaleza digital.
Y ahora déjame decirte, querido amigo, una última cosa sobre la indignación que, aunque copiada del abuelo Hessel, parece ser la palabra más sólida del movimiento. No digo que no tenga su mérito: al fin y al cabo las almejas no parecen experimentarla. El problema es que a cualquier conciencia la indignación se le supone. De ahí que sea preciso afinar. Muchos años antes de «Democracia real, ya» se organizó en España un movimiento que llevaba en el nombre el mismo adverbio de tiempo. Basta ya. Pero su exigente impaciencia era humildemente concreta, sin soberbias sistémicas, cósmicas, tan escapistas. Basta ya de que nos maten. Se ve perfectamente cuando el adverbio de tiempo no es una mera expresión de la puerilidad.
Arcadi Espada, arcadiespada.es, 18/6/11