MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Conmemoramos, que no celebramos, el primer siglo de la Marcha sobre Roma, que supuso el ascenso de Mussolini y del Partido Nacional Fascista al poder. Un año después, el antiguo socialista declaraba abiertamente a un periodista portugués que su Gobierno era «una dictadura, un Gobierno que asumió la colosal responsabilidad de mandar y hacerse obedecer».

Ortega y Gasset no tardó en decir del fascismo que era «la ilegitimidad constituida, establecida». Sin embargo, Freud dedicó a Mussolini un ejemplar de ‘La interpretación de los sueños’: «Al duce, a quien debemos tanto, por haber restaurado el esplendor de la antigua Roma».

Sorprende este gesto del fundador del psicoanálisis. ¿Creía lo que escribió? ¿Qué interés podía tener en dejar aquellas líneas? Años antes, había regalado ese mismo libro a Herzl, fundador de la Organización Sionista, con una dedicatoria también halagadora.

Sigismund Schlomo Freud nació en 1856 en lo que hacía medio siglo se denominaba Imperio Austrohúngaro, en la pequeña localidad que hoy se llama Príbor y pertenece a la República Checa. Tenía familiares alemanes, lituanos, polacos y ucranianos. Se consideraba un judío sin Dios y en 1925 rechazaba refugiarse en un grupo «donde los judíos se radicalizan uniéndose para enfrentarse al adversario. Por eso no necesito pensar en la creación de un Estado judío. Israel en Oriente Medio planteará muchos problemas».

Cinco años después, transmitió al sionista Chaim Koffler su «pesar de que el fanatismo irreal de nuestros compatriotas tenga su parte de responsabilidad en el despertar de la desconfianza de los árabes».