Santiago González, EL MUNDO, 21/4/12
El PNV reinaugura –gran oxímoron– Sabin Etxea con una jornada de puertas abiertas y un cambio de imagen corporativa. El nacionalismo está en sus símbolos. En los viejos tiempos del Parlamento Vasco, el primer asunto que dio lugar a gran discusión fue si Euskadi se escribía con «z» o con «s». Jesús Eguiguren, que habría de llegar a presidir la Cámara y entonces parecía un ciudadano más normal, escribió en su libro Euskadi, tiempo de conciliación: «Que el primer amago de debate político, al constituirse el primer Parlamento de nuestra autonomía, el 31 de marzo de 1980, se produjera para dilucidar si había que escribir Euskadi con s o con z, supone algo más que una simple anécdota».
Durante aquel debate, un Mario Onaindia todavía nacionalista hizo llegar al grupo del PNV una nota manuscrita que decía: «¿Por qué os aferráis a esa letra cuan- do habéis renunciado a todo lo demás? Firmado: Sabino».
El caso es que se aferró a la «z», aunque habían ganado los partidarios de la «s». Al menos durante 20 años, hemos padecido la esquizofrenia de vivir en una comunidad autónoma que se llamaba oficialmente «Euskadi», mientras el partido que por entonces la gobernaba en solitario, insistía en llamarla «Euzkadi» en sus papeles internos, en su prensa, en los artículos de Anasagasti. En realidad, al final acabaron diciendo todos mayormente «Euskal Herria», siguiendo el surco abierto por Mikel ‘Antza’. Hace un siglo, Resurrección Ma de Azkue dio una conferencia en el recién abierto batzoki de Tendería y cada vez que decía «Euskal Herria», la tropa sabiniana, partidaria del neologismo, le corregía en masa, al grito de «Euzkadi!» Vivir para ver.
El partido–guía siempre ha tenido una exquisita sensibilidad simbólica. Quienes hoy acepten la cordial invitación del partido a la ciudadanía a visitar Sabin Etxea en la jornada de puertas abiertas, se encontrarán con el único balcón de un edificio acristalado de grandes ventanales, en el interior del mismo, un balcón que mira hacia el vestíbulo. Conocen la historia, seguramente entreverada de leyenda: El franquismo demolió aquel templo en que a Sabino le fue revelada su fe primera y ordenó que sus cascotes fueran tirados al mar. Un devoto jeltzale salvó los hierros de la balaustrada hasta que el partido se dispuso a reconstruir Sabin Etxea para instalar en ella su sede central. Y ahí está el balcón originario, mirando hacia adentro, en una insuperable metáfora del pensamiento del fundador y de su obra.
Así son las cosas. A mí me parece bien que se modernicen y que den a ganar a las agencias de diseño gráfico, que son sector en crisis. Lo han hecho en varias ocasiones. Con motivo de la inauguración de Sabin Etxea hace 20 años, ya cambiaron «la galleta», que hoy vuelven a cambiar: ese logo con las siglas y los colores rojo, blanco y verde. La Justicia obligó al Gobierno vasco a tapar uno de los cuarteles de su escudo que lucía las cadenas de Navarra. Por propia voluntad, la Diputación de Bizkaia se dijo un día: «menos lobos» y se cargó los dos cánidos salvajes que figuraban en el escudo foral desde tiempos inmemoriales. En 2000 sustituyeron el escudo para ciertos usos por una hoja de roble, sin tener en cuenta que para tapar desnudeces es más práctica y goza de más tradición la hoja de parra, que podría, ya de paso, reivindicar el txakoli. Pero ya puestos, y dándole la vuelta a la humorada de Onaindia, no se acaba de entender tanto cambio de imagen, tanta cosmética y que no hayan sido capaces de deshacerse de lo más antiguo que les queda: el pensamiento del fundador.
Santiago González, EL MUNDO, 21/4/12