TONIA ETXARRI-EL CORREO

Del trío de protagonistas que han mantenido la guerra suicida en el PP sobran, al menos, dos. Y tendrá que ser la afiliación quien decida quienes son, a través de un congreso extraordinario y urgente. Pero ninguno de los tres tiene una salida airosa. Una vez conocido y mal resuelto el chantaje que la dirección del partido ha ejercido sobre Isabel Díaz Ayuso durante unos meses de caza sin precedentes, Pablo Casado y Teodoro García Egea son ya historia. Ellos lo saben pero se resisten. Se atrincheran en el álamo de Génova. Pero es cuestión de plazos. El centro de gravedad se ha desplazado hacia el término medio, Núñez Feijóo, como el mal menor. Pero el presidente del PP no ha convocado para hoy a la ejecutiva de su partido sino al comité de dirección; lo que viene a ser los ‘maitines’ de todos los lunes, que lo integran sus afines. Ha escuchado por teléfono a los presidentes provinciales y a sus barones. Nadie sabe qué va a comunicar al cabo de la reunión, pero todos se lamentan de que esta crisis se le haya ido de las manos a Pablo Casado. Si se enroca en la presidencia, los barones (todos menos uno) lo interpretarán como el mayor error de su carrera. Los miles de afiliados concentrados ayer frente a la sede de Génova que pidieron su dimisión trasladaban la indignación que se está viviendo en las bases.

No se recordaba una catarsis similar en la política española desde aquel esperpéntico comité federal del PSOE, en el 2016, cuando los partidarios de Sánchez pusieron una urna detrás de un biombo y, en aquel cónclave, saltaron chispas, gritos y llantos. Se concentraron militantes en la puerta de la sede, algún barón salió del local escondido en el maletero del coche y, finalmente, Sánchez resultó derrotado en la votación.

En el caso del PP, la obcecación de la dirección con Isabel Díaz Ayuso para evitar que controle el aparato de la poderosa organización de Madrid, con la lucha contra la corrupción como tapadera, les ha llevado a un callejón sin salida. Han hecho el ridículo con el dossier sin pruebas y han tenido que retirar el expediente que nunca debieron abrir. Pero el daño ya está hecho y la solución tendrá que ser quirúrgica.

El PP se ha equivocado de papel cuando tendría que estar dedicado a ejercer de oposición. Poniendo el foco sobre la investigación de la Policía Nacional al marido de la Directora de la Guardia Civil, sospechoso de haberse lucrado con empresas financiadas por el Gobierno andaluz en el glorioso tiempo de los falsos EREs. O sobre el deterioro institucional. Y, por supuesto, sobre los pactos con Vox en Castilla y León. Pero no. Lo peor que le ha podido pasar a Pablo Casado es haber dado la imagen de haber hecho el trabajo sucio en beneficio del Gobierno de La Moncloa. Su celotipia ha roto el saco. Porque no hay nadie más interesado que Pedro Sánchez en desactivar a la líder de centro derecha que puede vencerle en las urnas. Y ese trabajito se lo han estado haciendo desde la sede de Génova del PP.

El partido que barrió a las izquierdas en Madrid y que ha sido el más votado en Castilla y León está ahora dividido y con la afiliación estupefacta. Le acaba de hacer un favor a la izquierda y, de paso, a Vox, que mantiene un astuto silencio. Cualquier salida negociada con Teodoro García Egea es, a estas alturas, insuficiente. Tal y como se han desencadenado los acontecimientos, el problema es el ‘One’, parafraseando al desaparecido Txiki Benegas en sus pulsos con Felipe González. Y el ‘One’ del PP está tocado.