Una de las cosas más extraordinarias que uno ha podido contemplar en la vida política española es el alza y declive (rise and fall) de Ciudadanos desde aquel lejano día en que sus padres fundadores posaron de quince en fondo ante las cámaras. Fue en julio de 2006 y allí estaban Arcadi Espada, Xavier Pericay, Albert Boadella, Félix de Azúa, Félix Ovejero, Francesc de Carreras, Ferran Toutain y tutti quanti dando testimonio de una exigencia social que a muchos nos pareció absolutamente razonable: la inexplicable paradoja de que  el nacionalismo catalán hubiese implantado su hegemonía catalanoparlante en una comunidad en contra de la superioridad de la Cataluña que habla castellano o español, que de ambas maneras se puede decir según estableció un oriundo de mi pueblo, Sebastián de Covarrubias. Por no invitar, ni siquiera han invitado a Albert Rivera.

Ciudadanos se bautizó electoralmente en las elecciones autonómicas de 2006 con 3 escaños. Repitió resultados en 2010 y dos años más tarde aumentó su representación a 9. Mejoró mucho más en las de 2015, según Artur Mas  reducía la duración de las legislaturas y sus propios resultados, hasta 25. Él se coinstituyó en un remake de ‘El increíble hombre menguante’, como el personaje de la película de Jack Arnold.

Todavía hubo un momento mejor dos años más tarde, cuando Inés Arrimadas, como cabeza de lista del partido por Barcelona alcanzó 36 escaños y se constituyó en el partido más votado de Cataluña, con un millón ciento diez mil votos. Ese fue su momento de gracia y el inicio del declive. La candidata ganadora esgrimió un argumento majadero que estaba llamado a triunfar en la España de hoy en día: no dan los números y renunció a representar a una multitud tan galana de votantes. No dejó las cosas ahí; la bella Inés se fue a Madrid tras las huellas de Albert Rivera. Dejó su puesto a Lorena Roldán a la que después canceló y sustituyó por Carrizosa.

Y las desgracias no terminaron ahí. En las elecciones de 2021 perdió 30 escaños de una tacada en el ámbito autonómico. Ya antes había protagonizado una debacle sin precedentes en la democracia moderna cuando en el plazo de siete meses redujo su representación parlamentaria de 57 escaños a 10.

Esto debió ser un toque de atención definitivo para la bella Inés como lo había sido para Rivera, que dimitió precisamente por esos resultados. Ella no hizo el menor ademán de enmienda y aun pretendía conducir a las fuerzas del constitucionalismo español, 219 escaños de los que ella aportaba diez. La oposición interna se  maliciaba que ella estaba dispuesta a cambiarlos por un ministerio para ella. No habría estado mal. Era mucho mejor que las tres ministras podemitas, la vice Calvo, Isabel Celaá y varios de sus congéneres varones, desde el vegano imperfecto hasta el universitario inadecuado.

Luego vinieron el portentoso asunto de la moción de censura en Murcia para descabalgar al PP de la mano del sanchismo, la que pudo ser en Madrid que estaba anunciada por el pobre Aguadoy que fue desbaratada por Isabel Díaz Ayuso con su disolución de la Asamblea madrileña y la entrega al PSOE de la alcaldía de Granada.

Eso es todo. Ciudadanos es definitivamente ya un Raskayú, un cadáver nada más, aunque Inés y  Edmundo todavía no lo sepan.