Tonia Etxarri-El Correo
La bronca se ha instalado de tal manera en el Congreso partido en dos mitades que la sesión de ayer no fue sorprendente aunque los reproches y enfrentamientos verbales se deslizaron por una pendiente arriesgada. A pesar de las gruesas palabras a veces su señorías, en su obcecación, consiguen el efecto contrario al que buscan. Le pasó a Cayetana Álvarez de Toledo. Si la portavoz del PP pretendía una respuesta clara de la vicepresidenta primera del Gobierno no utilizó la mejor táctica. Habría resultado interesante saber si Carmen Calvo se reafirmaba en la grave acusación contra el PP de estar implicado en conspiraciones para apoyar un golpe de Estado. Ese runrún que puso en circulación Pablo Iglesias y que el resto del Gobierno le va secundando sin darse cuenta, o sí, de que están jugando con fuego. Pero con su emplazamiento a que admitiera que fue un bulo, mezclado con la purga del ministro Marlaska y con la petición fiscal de la rebaja para el mayor Trapero, la parlamentaria popular hizo un ‘totum revolutum’ que permitió dejar la puerta tan abierta por donde Carmen Calvo se escapó. Quizás aún algo debilitada por su convalecencia no estaba para mantener batallas dialécticas («enciclopédicas», dixit). Y no respondió. Se limitó a invitar a su contrincante a tomar un café juntas fuera de los focos. El caso es que nos habríamos quedado sin saberlo si no fuera porque Pedro Sánchez enseñó su carta marcada. Las acusaciones contra Casado no son un desliz ni fruto de un calentamiento verbal. Es una estrategia. Sánchez sigue empujando al PP al rincón de Vox. Ayer Casado le presentó cuatro ofertas de pacto. Pero a Sánchez le da igual. Si las hubiera presentado cualquier partido independentista, incluido Bildu, le habrían sonado a música celestial. Pero de la mano del PP solo acepta el voto silente y afirmativo.
Casado le votó tres veces a favor y una abstención. Ayer con el Ingreso Mínimo Vital. Pedro Sánchez lo ve como un enemigo de extrema derecha que quiere, nada menos, que «derrocar» al Gobierno. Una acusación muy grave. Se trata de un verbo que suele ir asociado a los golpes de Estado. Si el PP critica, crispa. Si se opone, conspira para «hacer caer un Gobierno legítimo que ha sido votado por los ciudadanos». En esas está Sánchez ahora. La calificación de «legítimo» es cierta. La última parte de la frase, no. A este Gobierno no lo han votado los ciudadanos. Votaron al PSOE en primer lugar. Pero a Podemos lo ubicaron en la cuarta posición. Con 35 escaños. Por delante del partido de Iglesias quedó el PP como segundo y Vox, el tercero. Sánchez, pues, no está gobernando con los más votados sino con los cuartos. Este recuento parece más fácil que el de las bajas por coronavirus.