Un chavismo edulcorado

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 31/01/15

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· La duda es si alguna vez Podemos dejará de ser un fenómeno para convertirse en un partido.

La manifestación convocada por Podemos para hoy es la primera en que una formación política cita a los ciudadanos para reivindicarse a sí misma. Ha habido otras marchas convocadas por un solo partido, pero aunque la participación en ellas supusiera un claro apoyo al mismo han versado siempre sobre demandas más generales. El derecho de manifestación preserva la potestad de los ciudadanos a expresar, reunidos, alguna reclamación. Pero si ya resulta extemporáneo el recurso partidario a llamar a la gente a manifestarse, dado que las formaciones políticas tienen su ámbito de representación y expresión en las instituciones, lo es más que una fuerza legal que comienza a estar presente en ellas proceda a una demostración de fuerza movilizadora al margen de las urnas.

Supongamos que ‘la marcha del cambio’ es una iniciativa fundacional; un modo de procurar el encuentro entre las personas que, sin inscribirse en el registro de Podemos, pueden expresar su simpatía hacia el proyecto; la manera de hacerse presentes mediante una ‘fiesta del partido’ móvil.

Y supongamos, por el contrario, que se trata de un ensayo que los promotores de Podemos realizan en la confianza de que en capacidad de convocatoria no tendrán rival ni dentro del arco partidario ni fuera de él. Un ensayo para tantear quizá en qué medida Podemos podría completar su presencia institucional y mediática con actuaciones sistemáticas en la calle.

Quienes han llegado a superar la disyuntiva entre izquierda y derecha, considerándola una categorización trasnochada que hoy existiría solo como artificio al servicio de la ‘casta’, estarían en condiciones de superar también –por qué no– la dicotomía entre sociedad civil y sociedad política, entendiendo que la representación en las instituciones no debe disociarse ni siquiera formalmente de las peripecias ciudadanas y sus vindicaciones. Podemos sería la síntesis perfecta en ambos casos. Una síntesis establecida como acto de voluntad ante la repulsa que la política realizada hasta hoy mismo genera entre sus integrantes.

Así es como la manifestación del 31 de enero inauguraría algo más que una nueva etapa política. Inauguraría una nueva era que no solo dejaría atrás el «régimen del 78»; ofrecería además una respuesta total a la totalidad de los problemas. Una respuesta que no necesita concretarse en soluciones viables, porque el propio concepto de la viabilidad constituye la reserva mental que atenaza a la sociedad sojuzgada por la ‘casta’ bajo el tótem de una única política posible.

Esta misma semana un portavoz de Podemos de Portugalete advirtió de que la candidatura que auspicia dicha formación está abierta a las propuestas ciudadanas, dejando fuera siempre a aquellas personas que hubiesen ostentado cargos públicos en el pasado. La utopía inevitablemente totalitaria del ‘hombre nuevo’ aflora por exclusión preventiva de quienes pudieran ser sospechosos de albergar intereses opuestos a la búsqueda de la verdad verdadera. Pero en una sociedad abierta es imposible mantener la tesis de que la novación se encuentra en una formación que abre sus puertas de manera siempre selectiva y prejuiciosa. Como si el borrón y cuenta nueva que propone Podemos se sustentase en la estigmatización de todo lo anterior.

Los promotores de Podemos han sido acusados de actuar al dictado del chavismo, de financiarse desde allí, de implantar en España un proyecto bolivarianista. Imputaciones tan burdas en su formulación que invitaban hasta a simpatizar con los señalados. Pero a medida que pasa el tiempo es imposible obviar las muestras de chavismo que ofrece Podemos.

El reflejo más chavista de sus promotores es su incapacidad para atender las críticas que reciben tachándolas de insultos, su réplica a la solicitud de explicaciones por presuntas irregularidades achacándolas a perversos planes «de guerra», su impostada indignación porque alguien recabe información sobre su pasado más inmediato, su negativa a aclarar tal o cual situación personal y su celo en protegerse mutuamente. Estos rasgos tan propiamente chavistas son los que invitan a pensar sobre si la manifestación de hoy y la pretensión de superar a izquierdas y a derechas no es la antesala del propósito por soslayar la dialéctica entre sociedad civil y sociedad política a la búsqueda de una síntesis totalizadora.

La pregunta es si alguna vez Podemos dejará de ser un ‘fenómeno’ para convertirse definitivamente en partido político. Ser más que un partido es el sueño que en su fuero interno albergan todas las formaciones políticas. Algunas lo consiguen durante un tiempo determinado –PP y PSOE–; otras lo logran durante toda su existencia –PNV e izquierda abertzale–.

Pero Podemos persigue mucho más. Persigue ser, a la vez, partido y ‘fenómeno’. Al ‘fenómeno’ no se le exige que rinda cuentas, ni se le piden soluciones a los problemas que señala. Es motivo de estudio y consideración, de modo que los enigmas que suscitan su origen y su eventual evolución acaban encumbrándolo. Así es como el ‘fenómeno Podemos’ presta cobertura al ‘partido Podemos’, que ni se siente concernido por las explicaciones que se le piden a sus dirigentes ni se ve obligado a ofrecer soluciones a los dramáticos problemas que dramatiza en su discurso.

¿Sería muy prejuicioso suponer que Podemos persigue la instauración de un nuevo régimen cuya autenticidad estaría a salvo mientras sea Podemos quien lo gobierne? Hay algo peor que el bipartidismo. Es la ideación de un sistema de partido único. Lo que sabemos hasta ahora es que Podemos se siente único.

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 31/01/15