Carlos Herrera-ABC
- Algunos defendemos la presunción de inocencia de un tipo tan poco inocente como el cuentista del moño rojo
El auto sereno y razonado del juez García Castellón -el mismo que ha trajinado con Púnica, Lezo, Kitchen y demás- sobre el caso Iglesias, que ha motivado su traslado al Supremo por si el Alto Tribunal considerase oportuno pedir el Suplicatorio, le ha valido la consuetudinaria reacción de la tropa de asalto podemita en redes sociales. Las amenazas de muerte se han multiplicado: las brigadas de respuesta rápida, al estilo cubano, deciden acosar al juez que ha osado investigar a su macho alfa. Luego son unos mierdas que apenas pasan del griterío, pero multiplicados por cientos crean cierta sensación de agobio. Alguien con las conchas del magistrado de la Audiencia -como las que mostró tener Pablo Llarena- es altamente improbable que se deje impresionar por un ejército de zánganos ocupados tan solo de amenazar a través de Twitter a quienes obren diferente al Pensamiento Único. Pero ahí queda el síntoma: los seguidores de Iglesias se arrebatan en torno a su líder y sacan las facas en defensa de quien les marca el camino y quien, a diario, lobotomiza su escasa espesura neuronal.
El Supremo dirá lo que considere oportuno. Mientras tanto, algunos defendemos la presunción de inocencia de un tipo tan poco inocente como el cuentista del moño rojo, ese que trajinaba a su amiga entrañable de foto en foto y de chat en chat. Iglesias tiene derecho a que le presumamos inocente, pero sabe, tanto como los demás, que su ejecutoria no es la de un inocente desprevenido que ha sido asaltado por la mala fe de las cavernas o de las diferentes cloacas del Estado. Usted y yo sabemos que la cloaca es él. Y él lo sabe también, aunque no se lo reconozca ni a Dios en persona.
Observen el contraste: Iglesias anda haciéndose la víctima por los medios afines, agarrado al skai de su escaño, y, a la par, el Rey que motivó y proporcionó la democracia española consume sus horas a miles de kilómetros de España sin estar acusado de nada y sin tener abierta imputación alguna. La tropa basura de Podemos gusta de decir que Juan Carlos ha huido de la Justicia y, antes de que ese exabrupto cuaje en los argumentarios de los niñatos de pensamiento débil, convendrá recordar que el padre de Felipe VI se marchó de su casa empujado por el gobierno del que forma parte el chulángano de la tarjeta SIM.
Algunos se preguntan si el Rey Juan Carlos piensa volver a España. Vamos a ver: en primer lugar, nada se lo impide. Puede volver a su casa cuando considere oportuno. Recuerden el comunicado previo a su marcha a Oriente Próximo: «En estos momentos» lo más oportuno es marcharme. La clave reside en cuándo cambian los momentos y llegan otros. ¿Qué puede hacer que sean otros los compases del tiempo? un pronunciamiento de la Fiscalía, alguno de la Agencia Tributaria, otro de la fiscalía suiza sobre la investigación a la cotorra entrañable… Es de suponer que el fiscal Campos, a punto de la jubilación, querrá dejar este asunto resuelto. Ese y algún que otro signo propiciarán que JC entienda que son «otros momentos» y que su vuelta a casa no habrá de perjudicar a su hijo el Rey, acosado por parte del gobierno y no defendido por el inmenso embustero que lo preside.
El contraste estriba en la paradoja de un vicepresidente con «amiga entrañable» -muy monárquica en su Marruecos natal y muy antimonárquica en España, como señala el gran Pablo Planas- chuleando jueces y soltando sus perros a acosar magistrados, y un Rey de intachable hoja de servicios, aunque con mal ojo para elegir amistades cercanas a la entraña, en un inexplicable exilio moral y físico sin haberse demostrado nada de lo que se le acusa. Uno al Supremo. El otro hasta la coronilla de las Mil y Una Noches.