José Luis Zubizarreta-El Correo
Superados los debates sobre el estado de alarma, se abren las dudas sobre la Comisión de Reconstrucción y la reacomodación de Cs tras el nuevo giro al centro
Lo más positivo de la sesión parlamentaria del pasado miércoles fue que se trató de la última en su género. Ya no habrá otra para abordar la séptima prórroga del estado de alarma. Nos libraremos, si no del bochorno al que últimamente vienen sometiéndonos los intervinientes en todas las sesiones del Congreso, sí, al menos, del de asistir a la más escandalosa tergiversación del orden del día. De la primera a la última sesión en que el asunto a tratar era la declaración o la prórroga del estado de alarma, ninguna se ha centrado en el tema. El Gobierno las ha convertido en una suerte de debate sobre el estado de la nación, la oposición, en otro propio de la moción de censura y la variable geometría de los socios, en la defensa de una lista de contrapartidas con que el Ejecutivo se ganaba su apoyo.
Liquidado, pues, aunque de mala manera, el asunto de la alarma, han quedado por despejar un par de dudas que, cada una en su nivel, resultan de interés para el país. La primera, la Comisión para la Reconstrucción que con tanto bombo se anunció y con tanta rapidez se ha olvidado. A decir verdad, ni el formato que se le dio -comisión parlamentaria- ni la sesión inaugural ayudaron a superar el recelo con que se recibió la propuesta desde un principio. La experiencia que tenemos de este tipo de comisiones invita a cualquier cosa menos al optimismo. Aviva, más bien, el fundado temor de que se reproduzcan los vicios que anulan la efectividad de cualquier debate parlamentario, donde la exposición de la propia postura o, lo que es todavía peor, el rechazo gratuito de la del adversario ocupa el tiempo de las intervenciones sin dar cabida al acercamiento y al acuerdo. La formalidad parlamentaria puede arruinar las esperanzas que habrían suscitado encuentros discretos y menos reglados, más variados en participantes, que, en una comisión parlamentaria, sólo pueden intervenir a título de «comparecientes».
Si el temor pareciera infundado, ahí está la sesión inaugural para desmentirlo. Fue aquella de la que, para no reproducir el impresentable incidente que la provocó, sólo recordaré la intervención de su presidente, Patxi López, quien tuvo que clausurarla con una soflama que, aparte de reparar la pasividad con que él mismo había tolerado el primer y premonitorio encontronazo entre dos conocidos provocadores, adquirió el tono de reprimenda de maestro en un aula de adolescentes desmadrados. No fue un hecho casual. Por si el ambiente general que vive el Congreso no fuera suficiente para predecir la escasa productividad de la comisión, lo ocurrido en esa sesión resulta significativo de la nula voluntad que anima a sus intervinientes de llegar a acuerdo alguno. La espantada de quien abandonó el recinto y el «cierre la puerta al salir, señoría» de quien lo despidió sólo pueden entenderse como un «usted y yo no tenemos nada que decirnos».
La otra duda que han abierto las recientes sesiones del Congreso se refiere al giro que ha dado el nuevo Ciudadanos de Inés Arrimadas y que trata de corregir el que antes había protagonizado su predecesor en la presidencia del partido. Aunque el final es aún incierto, la voluntad de vuelta al centro es innegable. Tanto como los obstáculos con que ha de toparse. Cs es una fuerza que se ha hecho odiosa a todos: tanto a los que se habían acomodado en el nuevo escenario que se creó tras la moción de censura de 2018 y las elecciones de 2019 como a los más recientes compañeros con que se alió a raíz de los últimos comicios autonómicos. Estos lo viven con el resentimiento de quien ha sufrido una traición tras el abrazo de la Plaza de Colón o, en el caso de los del PP, como un reproche, al verlo ocupar el espacio que ellos abandonaron. Los otros, los que se han acomodado en torno al ‘frankensteinismo’, lo reciben como a un advenedizo o a un intruso, que viene, además de a sobrepoblar aún más su ya suficientemente atestado espacio, a desestabilizar la «sociedad de socorros mutuos» que entre ellos se ha creado y a reorganizar el reparto de gananciales. Y es que a ERC, PNV, UP e incluso PSOE, ese horizonte que veían más despejado que cuando se unieron podría volver a cubrirse con los nuevos arribados. Además, en la propia casa, chocan, de una parte, la inquietud que el nuevo giro ha creado entre quienes se mantuvieron fieles al viejo partido y, de otra, la nostalgia -en el sentido etimológico del término- de los que, tras abandonarlo a causa del giro previo dado por Rivera, querrían ahora volver a casa. Pero, de esto, otro día.