Nuestra presencia en Washington es un éxito de riguroso consumo interno, no uno de los misterios gloriosos del rosario. Pero nuestro presidente ha sido capaz de llevar a España a la cumbre invocando la comparación de nuestro PIB con los del G-8. Para quedarse con el asiento en propiedad bastaría con algo más de modestia y compararnos con los otros 20.
Contra lo que vienen diciendo sus adversarios, el presidente del Gobierno conoce perfectamente el motivo por el que viajará a Washington este fin de semana. Va a sentarse allí, entre sus pares, «en la cima del mundo, mamá», podríamos decir, con la notable frase de James Cagney en la secuencia final de Al rojo vivo.
Todo tiene que ir por su orden en esta vida. Primero se trataba de saber si teníamos silla en la Cumbre, y la tenemos. Una vez sentado esto -dicho sea en sentido estricto-, se trata de saber lo que tenemos que decir allí y, para eso, Zapatero ha convocado un concurso de ideas. El lunes recibió a los representantes de la banca, y a empresarios y sindicalistas; ayer, a la oposición, para tener con Rajoy la más apacible de las reuniones mantenidas hasta la fecha. El presidente del PP le entregó un escrito con 10 puntos. Naturalmente, un decálogo. Es muy notable que todos los documentos políticos de alguna solemnidad se hayan redactado aquí igual que las Tablas de la Ley. Los de derechas y los de izquierdas.
El texto tiene un carácter eminentemente constructivo. Exige en su punto 9º que la presencia de España en el G-20+1 sea permanente, más allá de la Presidencia europea de Sarkozy. «¡Qué más quisiera yo!», habrá respondido Zapatero.
De los 21 países que asistirán, dice el papel de Rajoy, España está entre los que tienen ante sí peores perspectivas de futuro. Esto es cierto: tenemos el déficit exterior mayor del mundo, una productividad muy baja y no se ve ningún sector económico que pueda sustituir al ladrillo para tirar de la economía real.
El presidente también ha pedido a la Fundación Ideas, que preside Jesús Caldera, quizás otro decálogo, y no faltará quien se llame a escándalo, invocando el carácter ideológico de la Fundación y algunas opiniones de su presidente, que no parecen adecuarse a la gravedad del momento: «Quienes reclaman medidas drásticas lo que quieren es recortar los beneficios del Estado de Bienestar y no se atreven a decirlo», dijo al explicar la razón de ser de su think tank.
No hay razón para alarmarse. Las fundaciones ahora son multiculturales y multifuncionales, y tienen un objeto social de lo más diversificado. Ahí está la del ex presidente Carter, que no deja escapar una relación humana sin ofrecerle sus capacidades mediadoras y facturar por todas ellas, detalle muy a tener en cuenta en época de crisis: lo mismo media en conflictos internacionales que diseña un proceso de paz entre una banda terrorista y un Gobierno complaciente, que organiza bodas y otros eventos sociales cuya celebración requiera una cierta puesta en escena.
Tal como decía el International Herald Tribune, este triunfo ha tenido un precio: «El gambito de Zapatero ha servido para subrayar sus magros éxitos en política exterior, y la imagen de un líder europeo que suplicaba un asiento en la mesa ha parecido inapropiada a muchos». Si añadimos a esto lo que va a costarnos la silla de Sarkozy, a pesar de tratarse de un alquiler muy a corto plazo, puede salirnos más caro que a Televisión Española la legendaria bufanda de ‘Locomotoro’, si bien el arte no tiene precio, por decirlo con palabras de Moratinos.
Nuestra presencia en Washington es un éxito de riguroso consumo interno, no uno de los misterios gloriosos del rosario. Pero nuestro presidente ha sido capaz de llevar a España a la cumbre invocando la comparación de nuestro PIB con los del G-8. Para quedarse con el asiento en propiedad bastaría con algo más de modestia y compararnos con los otros 20. Peor está Argentina. Que le quiten nuestra silla a Cristina Fernández de Kirchner.
Santiago González, EL MUNDO, 12/11/2008