Editorial, EL MUNDO, 9/7/12
MAÑANA se cumple el XV aniversario de un día que millones de españoles tienen grabado en su memoria: el secuestro de Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del PP en la localidad de Ermua. No es exagerado decir que España entera se movilizó espontáneamente para intentar evitar el crimen que se llevó a cabo 48 horas después.
«Fue un asesinato a cámara lenta», recuerda hoy en nuestas páginas, Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, que sostiene que la muerte de Blanco fue una venganza de ETA por la liberación de Ortega Lara. Así fue. La banda estaba frustrada por aquel gran éxito policial y necesitaba dar un golpe de autoridad. Por eso, secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco, manteniendo en vilo a sus familiares y a la sociedad española durante aquellas fatídicas 48 horas.
La persona que le disparó dos tiros en la cabeza a Blanco, mientras estaba de rodillas con las manos atadas con un cable, es García Gaztelu, Txapote, ex jefe de los comandos de ETA, que ahora es uno de los líderes del movimiento de presos que sigue fiel a la disciplina de la banda. Txapote no se ha arrepentido ni ha pedido perdón, como afirma hoy en nuestras páginas el padre de Miguel Ángel Blanco. Cientos de presos de la banda mantienen la misma actitud. Y lo que es peor, la izquierda abertzale que está cobijada bajo las siglas de Bildu, Amaiur y Sortu sigue sin repudiar a ETA, se niega a pedir que entregue las armas y mantiene un infame silencio incluso respecto a un hecho tan abyecto como el asesinato de aquel joven concejal.
Lo manifestaba claramente la pasada semana Laura Mintegi, la candidata de la izquierda abertzale a las próximas elecciones autonómicas, cuando afirmaba que la disolución de ETA no sería un avance en «el proceso de paz».
Los seguidores de ETA y Batasuna dicen ahora que aceptan las vías políticas pero se niegan a condenar los 800 asesinatos de la banda que intentan presentar como una especie de daño colateral en su ruta hacia la independencia. No solamente eso, pretenden hacernos creer que los matones de ETA fueron héroes que lucharon por la libertad de los vascos.
Ello pone de relieve el grave error que ha sido la permisividad de la democracia al dejar a la izquierda abertzale concurrir a las elecciones municipales y nacionales y, más tarde, la legalización de Sortu y Bildu sin la más mínima autocrítica o muestra de arrepentimiento sobre los crímenes de la banda.
Según el último Euskobarómetro, EH Bildu podría ser la segunda formación más votada en las próximas elecciones vascas. No parece posible que tenga posibilidades de gobernar a corto plazo, pero esta opción independentista va ganando terreno. Ayer presentó un programa lleno de delirantes fantasías identitarias como la creación de un orwelliano Ministerio de Soberanía Alimentaria. Hoy es un brindis al sol, pero la izquierda abertzale va construyendo paso a paso el escenario estratégico que había diseñado la organización terrorista en los papeles incautados por las Fuerzas de Seguridad del Estado.
La pesadilla puede hacerse realidad algún día si no hay una firme reacción social y política –como la que hubo hace 15 años– contra un grupo que se aprovecha de la ingenuidad de la democracia para destruirla.
Editorial, EL MUNDO, 9/7/12