El hemiciclo bullía como en las grandes ocasiones. A pesar de tratarse de una sesión de control ordinaria, algo se palpaba en el ambiente que incidía sobre los nervios de sus señorías manteniéndolos en una actitud a la vez tensa y expectante, como si una sobrecarga eléctrica llenase el gran recinto de plenos augurando algún acontecimiento insólito, un hecho extraordinario, un suceso inesperado que desbordase cualquier imaginación. En la cabecera del banco azul, el rostro habitualmente hierático de Pedro Sánchez desprendía una lividez especial, un tono de una palidez siniestra mientras su mirada, ya de por sí de una frialdad vacía, parecía fijarse en un objeto impreciso y amenazador. Todo en su actitud reflejaba lejanía e indiferencia y apenas si contestaba con un vago gesto teñido de impaciencia a los saludos y parabienes de sus correligionarios, siempre deseosos de significarse ante el líder al que debían su posición y su sueldo.
Este clima de inquietante expectación fue creciendo hasta que el jefe de filas del tercer grupo de la Cámara subió a la tribuna y se encaró con el inquilino de la Moncloa. Un silencio pesado, agobiante, impregnado de malas vibraciones, se apoderó de la sala durante los segundos, que se hicieron eternos, en los que los ojos del interpelante se clavaron en el interpelado que, lejos de cruzar los suyos con su interlocutor, los mantenía dirigidos al frente presos de una imagen desconocida para el resto de los presentes que le absorbía por completo. La pregunta que daba pie a la intervención del orador era de tipo genérico y admitía cualquier enfoque. La voz requisitoria comenzó a sonar con una intensidad que atrajo de inmediato la atención del auditorio, que ya no pudo dejar de seguir su sonido a la vez solemne y conminatorio, de una contundencia y de una fuerza imposibles de ignorar.
“Lo que España está viviendo desde que usted gobierna rebasa todos los límites, no ya de lo decente y lo admisible, sino de lo racionalmente concebible. Con tal de mantenerse en el poder ha entregado maniatada la Nación a sus peores enemigos, a los que ha convertido en sus compinches, ha partido en dos a la sociedad creando un muro de odio entre españoles invalidando el ejemplar pacto civil de la Transición, ha prodigado sonrisas y zalemas, en un gesto de bajeza repugnante, a los que justifican, homenajean y colocan en listas electorales a los que asesinaron a compañeros suyos de partido, ha pisoteado la separación de poderes, ha colonizado sin pudor los órganos constitucionales, los órganos reguladores y las empresas públicas, ha faltado a su palabra reiteradamente de forma escandalosa haciendo de la mentira sistemática su método de trabajo, ha humillado al Estado aceptando como socio a un prófugo de la justicia de la más baja ralea y, en el colmo de la indignidad, se ha plegado a violentar la Constitución para borrar los peores delitos contra el orden jurídico y la unidad nacional poniendo en riesgo la existencia misma de nuestro solar multisecular, que se dispone a despiezar para entregar sus despojos a saqueadores y aves de rapiña, ha ensuciado usted, en suma, a nuestro gran país con el deshonor, el cainismo y la inmoralidad hasta erosionar gravemente su reputación y sumirlo en el descrédito ante nuestros amigos y aliados en el plano internacional. Nunca un gobernante a lo largo de nuestra dilatada historia ha infligido tanto daño a España como el que usted le ha causado”.
Llegado a este punto de su exposición, el acusador hizo una pausa dramática y remató su discurso: “La política, todos los sabemos, no es el reino de los ángeles y sería ingenuo pretenderlo, pero su trayectoria rebasa hasta extremos tales lo que un responsable público puede acometer al servicio de sus propósitos mezquinamente personales que su comportamiento no es explicable dentro del terreno de lo natural, se trata de un fenómeno que entra en otras regiones del espíritu, regiones oscuras e ignotas en las que usted ha caído prisionero y de cuyo influjo maléfico sólo hay una manera de desaherrojarlo”.
Se retorció en su escaño con contorsiones inverosímiles y de repente exhaló por la boca una llamarada sulfúrea que se alzó hasta el techo del hemiciclo imprimiendo en su superficie una mancha viscosa y negruzca
Y entonces, ante el asombro incrédulo de los asistentes, el ocupante del atril se llevó la mano al bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un sencillo crucifijo de madera que alzó en dirección al presidente del Gobierno pronunciando estas palabras invocatorias: “Sal de este cuerpo, Satanás, libera a este hombre de tu posesión maligna, por Jesucristo Nuestro Señor, su Inmaculada Madre y los innumerables santos de la Iglesia, aparta tus garras del alma de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, devuélvele su ser, permite que retorne a su naturaleza humana y acaba con el sufrimiento que le impones al someterlo a tus perversos designios”
Para sorpresa y asombro de los testigos de tan increíble escena, tras esta llamada al Señor de las Tinieblas para que soltase el alma de Pedro Sánchez, éste se retorció en su escaño con contorsiones inverosímiles y de repente exhaló por la boca una llamarada sulfúrea que se alzó hasta el techo del hemiciclo imprimiendo en su superficie una mancha viscosa y negruzca. A continuación, el así liberado cayó desmadejado al suelo quedando inconsciente. Se produjo el lógico revuelo. Algunos diputados tuvieron ataques de ansiedad, otros se desmayaron y el presidente fue retirado en camilla por los servicios sanitarios del Parlamento y trasladado en ambulancia a un centro hospitalario de referencia.
Curiosamente, al siguiente día, el jefe del Ejecutivo estaba totalmente repuesto y sin aparentes secuelas del traumático trance que había experimentado tan recientemente. Su primera medida, una vez reincorporado a su despacho oficial, fue convocar al cabeza del grupo mayoritario del Congreso e invitarle a formar un Gobierno de gran coalición para dejar fuera de juego a separatistas, comunistas y bilduetarras y emprender juntos un ambicioso plan de reformas estructurales en los campos económico, fiscal, tecnológico, educativo e institucional que pusiese a España en la senda del éxito y de la recuperación de su prestigio y de su influencia el mundo.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, Feliz Navidad y hasta el año próximo.