ANTONIO RIVERA-EL CORREO
- Las medidas de ahorro energético no son draconianas, pero en el paraíso hay problemas cuando se toca el mando del aire acondicionado
Está tomando el estío un aire apocalíptico. El verano del fin del mundo está atiborrado de gente, como si fuera a ser el último o nos esperara un regreso en el que mejor no pensar. Sin escapar aún a las oleadas del coronavirus, la guerra de Putin y sus efectos tomaron el relevo, y la amenaza de un invierno sin combustible, materias primas y abastecimiento de bienes de consumo acongoja el inmediato futuro. Palabras y procesos en desuso han regresado y se habla de alza de precios, recesión, calentamiento del planeta, crisis geoestratégicas en el Mar Amarillo, déficit de recursos y más cosas que vendrán. Diversos expertos descartan una tercera conflagración mundial, lo que no produce precisamente ni alivio ni tranquilidad.
Ante ello, el personal se ha tirado como un poseso a disfrutar de lo que hay, por lo que pueda venir y por lo que la vida le debía de los dos años anteriores. Y en esto llegan los Veintisiete y el Gobierno español bien mandado para recordarnos lo que nos espera a la vuelta y la conveniencia de ahorrar un 7% en el consumo energético. El real decreto de medidas es prolijo, pero no incluye referencias al aliño indumentario del presidente, al uso de la corbata o al rescate de la guayabera por parte del Monarca. Hay gente a la que se maleduca con sermones mañaneros y que acaba pensando que eso es lo importante de la realidad.
Las medidas no son draconianas, pero en el paraíso hay problemas cuando se toca el mando del aire acondicionado. Cierto que la chicharrina viene fuerte, pero ello no justifica la sublevación de algunas de nuestras autoridades locales y regionales ante la nueva normativa. Y no porque responde a cañonazos a las moscas, porque es puro teatro, como ha quedado claro en los dos días que les ha costado a todos envainar su tremendismo; y, sobre todo, porque es una repetición de la jugada que vimos con motivo de las medidas para atajar el coronavirus.
Dejando a un lado a los normales, que son mayoría y que se reclutan entre las autoridades institucionales que están ahí para hacer su trabajo y no para dar espectáculo, se observa la reiterada presencia de tres papeles estelares básicos. Arranca el Ejecutivo, eternamente sorprendido cuando redescubre el país que gobierna. Le ha venido la recomendación de Europa y piensa mecánicamente que ha de devolverla hacia abajo traduciéndola en preceptos básicos de cumplimiento indiscutible. ¡Error! Le pasó en la pandemia. Primero, no pregunta ni comenta, lo que tiene delito sabiendo lo que hay. Pero, luego, no sabe que aquí todo el mundo sabe y que, en el país donde a cada rato se discute que haya 17 sistemas educativos, sanitarios o de protección, cada uno de ellos tiene su modelo, que discrepa del de arriba o de los de los lados. Se saltó lo de la cogobernanza y el lío se ha montado de inmediato.
El segundo papel, el más explosivo, es el que prepara el periodista Miguel Ángel Rodríguez para la semana y que interpreta a la perfección la presidenta madrileña. Sigue enrocada en su idea de que gobierna Las Vegas y no Madrid, y que lo importante es que haya ruido y humos por las calles, luces de colores, dinero trasegando, tabernas a tope y comercios a rebosar. Si le apagan Madrid se incrementará la crisis, la pobreza y hasta la delincuencia. Sus palabras son de difícil encaje para una mente racional, pero, visto lo visto de su eficacia electoral, uno prefiere detenerse ahí y dejar que sea la misma legión de intereses particulares la que salga en su defensa. Porque han regresado todos los que conocimos con la pandemia a decir básicamente lo mismo. El representante del comercio textil, el de los bares y restaurantes y el de todo tipo de negocios; todos con la misma mala leche, parece que sobrevivientes a aquella calamidad a la que les condenó el Gobierno y, eso sí, un poco más viejos.
El trozo nacionalista del Gobierno vasco cree que Madrid no tiene derecho a decir nada sobre lo que hay que hacer aquí
El tercer papel es el del trozo nacionalista del Gobierno vasco (porque ha sido el portavoz socialista en el Congreso, vasco, quien nos ha recordado indirectamente que su partido sigue en la coalición gubernamental). Si en Madrid se trata de dejar claro que lo que haga el Gobierno será indefectiblemente un desastre, en este caso se aplica a dos criterios: primero, que no tienen derecho a decir nada sobre lo que tenemos que hacer aquí; y, segundo, que, antes de decir ellos, nosotros ya lo teníamos pensado. Y ¿qué habíamos pensado? Pues, básicamente, lo mismo, como tantas otras instituciones locales o regionales que desde hace semanas atienden la contingencia de prever un ahorro energético. Lo mismo, pero, eso sí, nosotros sin coacción ni multas, porque nuestra ciudadanía no necesita de ellas y actúa cívicamente. Eso y un par de grados menos, que aquí somos del Norte y de llevar la rebequita hasta a la playa nudista.
No recuerdo qué apocalíptico ha recordado que estamos en una guerra donde aún no ponemos los muertos. Así es. Cuando el confinamiento y después, y ahora con las medidas de ahorro, pensaba qué ciudadanía y dirigentes tenemos y cómo responderían ante la hipótesis de una guerra en su suelo. No sé si la casuística tan ocurrente ante la norma de la que todo el mundo hace gala tendría alguna oportunidad o si los fusilarían a todos por no estar a la altura. De momento, en esta ocasión, el espectáculo les ha dado para dos o tres días de gloria, y luego se han achantado, como siempre. Hay veces en que a uno les gustaría verlos en una situación de verdad dramática, aunque solo fuera diez minutos o dos grados por arriba del acondicionador.