FERNANDO VALLESPÍN-El País

  • Confiar solo en el Estado para que calme nuestras muchas ansiedades no deja de ser ingenuo. Este solo podrá hacerlo si goza de una sociedad civil dinámica, emprendedora, abierta a nuevas experimentaciones

El 40 Congreso del PSOE está resultando un éxito en todo lo relativo al refuerzo de la organización del partido y la conexión de este con el Gobierno y el liderazgo de Sánchez. La parte más programática responderá también a las expectativas: reafirmación de la identidad socialdemócrata cuando esta vuelve a gozar de un momento dulce. Los anuncios de su muerte eran, desde luego, exagerados. En Europa lo está pasando mucho peor la derecha conservadora tradicional. Pero no nos engañemos, ni una ni otra obtienen ya ese amplísimo respaldo del que otrora gozaban. Su futuro inmediato, el de la socialdemocracia, va a depender ahora de cómo sepa sintonizar con las nuevas sensibilidades políticas que buscan refugio en los nuevos partidos. Algunos de ellos, como los Verdes, ya empiezan a mirarla a los ojos al mismo nivel. Y tampoco puede ignorar el amplio apoyo que los liberales están obteniendo en algunos países europeos entre los jóvenes.

Por otra parte, sin embargo, si se inclina en exceso a competir con su izquierda —radicalizándose en las guerras culturales, por ejemplo— puede perder pie entre sus votantes tradicionales, que son bastante añosos. Esta lección sí puede aprenderla del centro-derecha, que se está buscando la ruina al tratar de competir con el discurso nacionalpopulista. Ya ven, todo un dilema: tiene que abrirse a las nuevas sensibilidades, pero manteniéndose firmemente a la vez en sus convicciones tradicionales. Por eso mismo, la clave está acceder a una adecuada y desapasionada lectura del momento presente, priorizar el riguroso análisis de la situación sobre el automatismo ideológico.

A este respecto, me parece que acierta el sociólogo alemán Andreas Reckwitz cuando sintetiza la actual crisis de las sociedades avanzadas a partir de la dialéctica entre protección e innovación. El estadio inmediatamente anterior se caracterizó por la hiperdinamización de la economía, un gran salto tecnológico y la aparición de nuevas sensibilidades culturales, pero tuvo como consecuencia el incremento de la desigualdad, el hiperindividualismo, el descenso social de las clases medias tradicionales, la aceleración del cambio climático. Bajo esas condiciones el valor que empezó a cotizar al alza fue el de la protección, que ya se hizo imperativo con la pandemia. Así se explica este giro neo-keynesiano en el que estamos, y la demanda de regulaciones varias para atar en lo posible la dinámica destructiva de esta nueva fase del capitalismo, sobre todo en la cuestión verde. Quizá por eso mismo el discurso socialdemócrata volvió a cobrar protagonismo.

Ahora bien, el Estado por sí mismo no suele ser fuente de innovación —aunque pueda fomentarla mediante políticas públicas—, ni va a desaparecer la fiera competencia internacional ni el pluralismo de valores. Confiar solo en el Estado para que calme nuestras muchas ansiedades no deja de ser ingenuo. Este solo podrá hacerlo, además, si goza de una sociedad civil dinámica, emprendedora, abierta a nuevas experimentaciones. Apostar en exceso por la protección preteriendo al otro valor puede ser pan para hoy y hambre para mañana. El nuevo punto arquimédico de la política actual consiste en combinar las dos dimensiones. Ambas son reclamadas también por distintos sectores de la sociedad. Ojo al parche: quienquiera que dé con la mejor combinación de estos valores podrá pescar también en distintos caladeros de votos.