Hoy vamos a vivir un acontecimiento extraordinario. Pedro Sánchez, vuelto de su infructuoso viaje en busca de acuerdos imposibles en Europa, va a visitar Ceuta y Melilla, nuestras ciudades autónomas en la costa de África. No parece muy probable que ceutíes y melillenses se echen a la calle como un solo hombre (y una sola mujer) a vitorear al hombre que se comprometió a mantener ambas ciudades como plazas de soberanía española. El sorprendente e injustificable giro que Sánchez ha dado a la política exterior de España está a tono con su ejecutoria general. Es la primera vez que un gobernante asume en solitario tamaña responsabilidad. Bueno, tal vez la segunda. Zapatero, el antecedente necesario para que ahora tengamos a Sánchez, apenas investido, convocó una sorpresiva y sorprendente rueda de prensa en La Moncloa el domingo 18 de abril de 2004 para anunciar que había encargado al ministro de Defensa, José Bono, la retirada de las tropas españolas. Bono no tomó posesión del cargo hasta el día siguiente, el lunes, 19.
No hubo una resolución del Consejo de Ministros que definiera la nueva estrategia española para el Sáhara, ni siquiera hubo una comunicación que diera cuenta de la novedad al Consejo. Los ministros y las ministras, salvo el de Exteriores y alguno más, se enteraron de asunto tan capital gracias a Marruecos, que dio cuenta de la carta que Sánchez envió al comendador de los creyentes y de la que la Monarquía alauí dio noticia inmediata. No hubo comunicación al Congreso de los Diputados, ante el que hoy debería comparecer Pedro Sánchez, pero que en su lugar lo va a hacer José Manuel Albares, que ya ayer hizo un adelanto de lo que será su línea de intervención en su comparecencia en el Senado. Todos los grupos parlamentarios se han posicionado contra el Gobierno: toda la oposición, PP, Vox y C’s, como es natural, y también sus socios: desde ERC y Bildu al PNV, pasando por Más País, Compromís, NCa, Junts per Catalunya, PDeCAT, CUP, y BNG. Y Coalición Canaria. Sánchez solo va a poder contar con Teruel insiste.
Nadie conoce la carta enviada por Moncloa a Mohamed VI, por otra parte. Tampoco sabe nadie a ciencia cierta si Albares se lo comunicó a Argelia o no. Él dijo que sí y Argelia que no, lo cual ya da una idea aproximada: ante dos versiones contrapuestas es siempre el sanchista el que miente. No solo en esto, claro. Dice Albares que la posición de España sigue siendo la misma y el respeto a las resoluciones de la ONU ni les cuento, desde los tiempos de Zapatero, y añade que este era un buen momento “para alcanzar un acuerdo que garantiza la integridad territorial española”. Admirable, un pacto con un vecino para que garantice nuestra integridad territorial. A quién se le podría ocurrir, si no a Sánchez. El portento de Puertollano, en su rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, no aclaró si la integridad territorial de España estaba amenazada por Marruecos, porque “lo conveniente es mirar hacia adelante y no hacia atrás”.
Hay un detalle final verdaderamente impresionante en los opinadores, algunos de buen sentido, abducidos por el argumentario inane del psicópata de La Moncloa admitiendo la posibilidad de que la operación sea una estrategia genial de un tipo que, por otra parte, no ha dado una a derechas. Ni a izquierdas, en opinión de sus socios.